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EDUCACIÓN.

El talón de Aquiles de las acreditaciones

miércoles, 16 de agosto de 2017
La República Más

Se deben implementar visitas de supervisión.

Milton Molano Camargo

Tener o no acreditación de alta calidad en programas académicos e instituciones de educación superior ha venido convirtiéndose, afortunadamente, en un criterio de evaluación de los ciudadanos al escoger la universidad donde ellos o sus hijos realizarán el pregrado o posgrado.

En este proceso de hacer evidente el impacto del tema han ayudado las mismas instituciones, los medios de comunicación y algunos programas de gobierno como Ser Pilo Paga. Dicho ejercicio podría ser interpretado como un signo de madurez social en la comprensión de que, en temas de educación, así como ocurre en el amor, no todo es lo mismo.

Sin embargo, hay algunos aspectos que los ciudadanos pasamos por alto y que vale la pena revisar para que estos procesos se comprendan en su verdadera dimensión y superen los riesgos del esnobismo social que suelen tener estos ejercicios cuando empiezan a adquirir visibilidad a través de su valor publicitario. Voy a referirme a tres temas en particular.

El primero es que la acreditación importa por ser el reconocimiento oficial a la calidad de un programa o de una institución. Pero, esto sería vacío si realmente no se dieran las dinámicas de cambio y mejoramiento continuo que la autoevaluación impulsa.

En una sociedad marcada por la falta de ética, estos procesos corren también el riesgo de volverse un espacio de “maquillaje” institucional. La corrupción se da en todos los niveles, así que existe la posibilidad de que afecte los exámenes universitarios, la concesión de credenciales académicas, la concesión de licencias y, por supuesto, la acreditación de las instituciones.

Ante esa posibilidad, las instituciones debemos generar un círculo virtuoso de la calidad, es decir, que los procesos de autoevaluación como parte del sistema de aseguramiento de la calidad entrañen en sí mismos anticuerpos capaces de prevenir y atacar cualquier forma de engaño.

En Colombia hay que señalar que el Consejo Nacional de Acreditación (CNA) es un ente autónomo, eso le permite estar blindado en gran medida de los influjos de la politiquería. Asimismo, el modelo contempla unas fases de evaluación externa a través del ejercicio de pares, que aún con los problemas de subjetivismo que presenta, favorecen espacios de contrastación y deliberación para las instituciones luego de su mirada externa.

El segundo aspecto es la necesidad de hacer seguimiento a los planes de mejoramiento propuestos por las instituciones y a la consolidación de los logros demostrados. No estaría mal, una visita oficial de seguimiento a mitad de la vigencia de la acreditación y hacer control a la contratación de profesores, a la inversión en investigación y bienestar, por mencionar sólo algunos temas. Así se evita que los esfuerzos institucionales sean solo flor de un día y luego desaparezcan como por arte de la magia.

Por último, que la sociedad colombiana entienda el carácter situado de estos procesos. Me refiero a que el modelo de autoevaluación, para bien, atiende a las diferencias institucionales, regionales y locales y no establece estándares para medir a todos con el mismo rasero.

La calidad cuesta mucho dinero, es un proceso de largo plazo, requiere voluntad política y confianza institucional y se va construyendo con logros que, aunque puedan verse pequeños, constituyen grandes saltos cualitativos en ciertos contextos. Que conste que no se trata de una alabanza al conformismo o la medianía, sino un llamado a superar uno de los talones de Aquiles más agudos, no sólo de estos procesos sino de la cultura nacional: nuestro elitismo larvado, nuestra falta de solidaridad y nuestra incapacidad de entender que a la buena educación aportamos todos independiente de las instituciones y que como en la historia del campesino que siempre ganaba el concurso de la mejor cosecha, regalar la semilla a todos nuestros vecinos es la garantía de una calidad sustentable.

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