Venezuela debe volver a ser un gran mercado

En su mejor momento, no tan lejano, el mercado venezolano le representó a Colombia unos US$7.000 millones, convirtiéndose en un gran socio y en el mercado natural por excelencia. Las cosas se deterioraron cuando el chavismo empezó a albergar grupos guerrilleros y narcotraficantes que amenazan la seguridad nacional; luego vino la diáspora de su población como consecuencia de su fallido modelo económico e in crescendo el padrinazgo a las llamadas disidencias de las Farc y columnas activas del ELN. De ser un socio comercial y el mercado natural para muchos colombianos, pasó a ser un vecino hostil que ha pretendido la desestabilización social, política y económica de Colombia a través de diversas formas de lucha; alargando un conflicto que no ha prosperado quizá por el fiel de la balanza que son los intereses de Estados Unidos en la región. Pero las cosas cambian y hay nuevos planes en el vecindario; el otrora país paria, mal administrado por la mediocre dictadura de Nicolás Maduro, ahora juega un papel determinante en el efecto colateral de la crisis de Ucrania y Rusia de los altos precios del petróleo.

El barril de crudo ha subido hasta US$140 y esas no son buenas noticias para la incipiente recuperación de la economía global, que solo hasta ahora asimila que la pospandemia se llama Putin y que los productos minero energéticos están en la mira, justo cuando todos empezaban a hablar de energías renovables y productos de transición. Pocos le apostaban a que la demanda de combustibles típica de la recuperación económica se iba a ver multiplicada en precio por una guerra a la cual nadie le apostaba. Rusia es el segundo productor mundial de petróleo, el mayor vendedor de crudo a Alemania y jugador de primera línea en el mercado del gas; mientras que Venezuela tiene las mayores reservas de petróleo del mundo y enormes reservas de gas que de entrar en el mercado sacudirían los mercados.

Cuando Putin actuó militarmente sobre Ucrania no le quedaba otro camino al gobierno demócrata de Joe Biden que acudir a Venezuela y empezar un diálogo regional para que casi medio millón de barriles vuelvan al mercado y bajen los precios. Atrás quedaron las posiciones ideológicas y fórmulas férreas de sacar del mandato a Maduro y pasaron al tradicional pragmatismo estadounidense de negociar y dejar que la economía fluya; no se puede olvidar que, incluso en medio de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos aún le vendía petróleo a Japón. Pero el tema va más allá de lo anecdótico, si Biden habla con Maduro, Duque y su sucesor en cinco meses en la Casa de Nariño deben tomar nota y cambiar la estrategia con Venezuela, una que no es otra que rehacer los hilos comerciales, la diplomacia, pues la venta de 300.000 o 500.000 nuevos barriles al día harán que los tiempos de las viejas bonanzas petroleras regresen y quizá retornen a su país una buena parte de los 6 millones de venezolanos que andan por el mundo. Y lo mejor es que Colombia será un jugador de primera línea en ese mercado, no solo ayudando a reconstruir la red empresarial, financiera e industrial, sino a revivir un comercio vibrante.

La diáspora es el puente humano económico colombo-venezolano más grande de Latinoamérica y será la piedra angular para sacar a millones de la pobreza, eso sí, se entiende el nuevo ajedrez geopolítico que empieza a jugarse y que puede durar un lustro.