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Al Gobierno Nacional le quedan 15 meses y a los mandatarios locales 30, tiempo suficiente en ambos casos para redondear sus objetivos y cumplir con las promesas en un tiempo difícil
La pandemia les absorbió más de año y medio de sus administraciones y las protestas les ocuparon un mes más; sin contar que las dos situaciones anómalas se han dado en simultánea y que tanto el presidente, como los gobernadores y alcaldes, no han tenido tregua ni descanso y les ha correspondido enfocarse en resolver un par de problemas, dejando de lado sus planes administrativos, y por supuesto, sepultando promesas. Los “gobernantes del covid” o los “mandatarios de la gran protesta” no pueden lavarse las manos, no hacer nada y, mucho menos, echarle la culpa a la coyuntura que les está absorbiendo sus mandatos, deben concentrarse en sacarle a los malos tiempos lo mejor que hay. Una manera de ello es concientizarse de que detrás de las vacas flacas siempre vienen las gordas, que hay ciclos en toda actividad económica con oscilaciones normales, pero con la certeza de que luego de una fase de expansión viene una contracción, seguida de nuevo por la expansión y así sucesivamente. El problema es que, en una suerte de juego de fútbol americano, los gobernantes no se rodeen de los jugadores apropiados; la defensa tiene una estrategia determinada y el ataque una muy diferente, pero ningún entrenador pretendería atacar con la defensa ni defenderse con los atacantes. El punto es que deben renovar sus cuadros de gobierno para ser más eficientes, y encontrar en cada funcionario sus destrezas y sus aportes en cada ciclo.
Al Gobierno Nacional le quedan 15 meses desde este junio hasta agosto del próximo año, y si bien ya no se usa el término de “crisis ministeriales”, bien vendría una profunda revisión de cada funcionario clave para retomar las riendas de su plan de gobierno, reanudar los planes diseñados para la pospandemia, pero sobre todo, para avanzar en algunas políticas públicas que necesitan más ejecución, mayor conexión con las regiones y resultados concretos, para entregar una administración que supo liderar la pandemia. Una manera de curarse en salud ante su sucesor, que seguramente va a encontrar la olla raspada, la deuda externa por los cielos y una muy compleja situación fiscal. Los ministros son fusibles que deben cambiarse de acuerdo al voltaje que reciben, y no debe tomarse como un fracaso hacer cambios necesarios.
Con los alcaldes y gobernadores sucede lo mismo, con un poco más de tiempo a su favor. Les quedan 30 meses, casi llegan a la mitad de su mandato, también marcado por los ciclos de crisis, recuperación, auge y una nueva contracción. Sin duda alguna, la pandemia demarcó con gran profundidad el ciclo de contracción y alargó el periodo de crisis hasta más allá del año y medio, pero todo empezará a mejorar en la medida que vaya entrando el segundo semestre del año y la normalidad sea una realidad. El secreto del sector público siempre está en las obras de infraestructura, en la capacidad de los mandatarios locales y regionales de acelerar los proyectos de construcción en cada municipio y departamento, pero para eso también necesitan secretarios probos que hayan previsto o hecho prospectiva de que todo debe empezar a mejorar.
El gran obstáculo se encuentra cuando el presidente, los alcaldes y gobernadores no encuentran las personas idóneas que ejecuten, que se conecten con las obras y tengan en la mira poner en marcha ejecuciones que reparen sus economías.
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