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EDITORIAL

No hay cuña que más apriete

viernes, 1 de marzo de 2013
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Por ilegítimo, injusto e inoportuno que sea el paro de los cafeteros hay razones de peso para preocuparse

Por ilegítimo, injusto e inoportuno que sea el paro de los cafeteros hay razones de peso para preocuparse
Quién lo creyera que en el gobierno de Juan Manuel Santos se pudiera aplicar la máxima popular de “no hay cuña que más apriete que la del mismo palo” para referirse a su relación con el gremio cafetero. Se puede decir que el Primer Mandatario ha sido un caracterizado cafetero “por adopción”, pues aunque seguramente nunca ha sembrado un palo en Antioquia, Cundinamarca o en los departamentos del eje, ha participado y estado muy cerca de decisiones trascendentales que tienen que ver con la caficultura nacional. Solo con 24 años fue llevado a Londres por Arturo Gómez Jaramillo como vocero ante la Organización Internacional del Café, cuando las relaciones entre países productores y consumidores se negociaban a través de un pacto de cuotas que garantizaba una estabilidad en los precios internacionales. Santos recorrió todos los escenarios económicos del mundo como representante de Colombia, país que era el segundo productor mundial del grano.
Siempre ha estado cerca del gremio, ha influenciado en los destinos de la Federación, al punto que puso a uno de sus más cercanos colaboradores, Gabriel Silva, como gerente y siendo ministro de Hacienda durante la administración de Andrés Pastrana estuvo del lado de los intereses sectoriales. Los tiempos han cambiado y ya Colombia no es el segundo productor mundial, sino difícilmente el quinto, las exportaciones no son el 60% del total, sino escasamente el 5%, estamos lejos de levantar la frente para decir que “Colombia es café o no es” y menos que en Hacienda haya un representante de la caficultura.
Pero lo que nadie puede desconocer es la importancia que representa la caficultura más allá de los fríos indicadores que manejan los tecnócratas del centro y que no pueden cuantificar variables como la integración de todo un país alrededor de un producto estrella, el aporte en el mejoramiento de las condiciones de vida de muchos colombianos y su efecto determinante para que la industria y la misma agricultura alcanzaran niveles de desarrollo significativos. 
No es exagerado decir que la mayoría de colombianos han tenido algo que ver con el café, ricos y pobres, de la ciudad y el campo,  profesionales y técnicos. Es por eso que la protesta de estos días de los productores de casi todos los departamentos produce una dosis de tristeza, más allá de si tienen la razón de la racionalidad económica que impera hoy en los negocios y en el duro capitalismo global.
La crisis de la caficultura es evidente, pues los costos de producción superan los bajos ingresos y así el asunto sea de baja competitividad, no se puede  negar una ayuda estatal para enfrentar roya, revaluación y baja inversión pública en regiones productoras, que un día fue hecha con desprendimiento con recursos del sector, cuando los había en abundancia.

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