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EDITORIAL

Las vallas y la contaminación visual

miércoles, 25 de febrero de 2015
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Los concejales fueron ligeros al aprobar vallas a perpetuidad con inconsistencias técnicas y contradicciones jurídicas

Los errores que nuestros políticos de turno cometen en el presente condenan en el futuro a los habitantes de las ciudades a vivir en un caos a perpetuidad. Esa afirmación cae como anillo al dedo  tras la reciente decisión del Concejo de Bogotá de aprobar un nuevo estatuto de publicidad exterior que da origen a vallas a perpetuidad en la Capital de la República y que será jurisprudencia para que lo mismo suceda en otras ciudades como Cali, Medellín o Barranquilla.

¿Por qué es inconveniente el estatuto aprobado por los concejales capitalinos? La norma beneficia a los particulares dedicados a este contaminante negocio, en detrimento del bien general que busca la calidad de vida para los ciudadanos. Tiene lunares tan preocupantes como quien llegue primero será el primero en tramitar el permiso y como no hay regulación ambiental, se va a desatar una guerra de valleros en la ciudad. Otro tema crucial para Bogotá es el limbo de explotación del espacio público: quiere decir esto que una empresa puede poner una valla ilegal y explotarla hasta que el Distrito compruebe lo contrario. Este es uno de los esguinces del negocio que opera así: ponen vallas donde está prohibido y la autoridad solo puede desmontarlas cuando  compruebe que están contaminando, y en el entretanto, hay explotación evidente con perjuicios.

Bogotá y todas las ciudades colombianas deben profundizar sus normas de protección del bien común, no todo puede mirarse desde la óptica de los beneficios empresariales y una aparente generación de empleo o derecho al trabajo. El espacio público, las normas ambientales, la contaminación visual, son algunos de los logros de las sociedades modernas que no podemos entregarle a los negociantes que se benefician de las concentraciones de personas. Tiene razón la Alcaldía Mayor cuando habla de las plusvalías urbanas, de esos espacios que deben ser manejados para que la gente viva mejor, no para que los comerciantes los exploten. Es la misma pelea que se da con los vendedores ambulantes, quienes necesitan trabajar, en medio de las concentraciones de personas, pero hay que reglamentar sus negocios. Las empresas que explotan las vallas quieren estar en todos los puntos visibles de la ciudad y han encontrado en los concejales los aliados para tapar la vista de la ciudad o distraer al transeúnte.

Debe haber vallas en la ciudad como sucede en todo el mundo, pero con normas de explotación que piensen en la calidad de vida de las personas no en los ingresos de particulares asociados a los políticos. Ahora que la ciudad tiene unos 10 millones de personas se pueden fijar las normas de contaminación visual del futuro, cuando la Capital de los colombianos sobrepase los 15 o 20 millones de habitantes y crezca el negocio de los valleros.

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