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EDITORIAL

La nueva oportunidad de Dilma

viernes, 31 de octubre de 2014
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Soplan vientos de cambio en la economía brasileña, no para bien, hasta el momento, se necesita timonazo de la Presidenta. 

Los brasileños se decidieron el domingo pasado por la reelección, por un periodo más de su presidenta, Dilma Rousseff, siguiendo la máxima popular de “mejor malo conocido que bueno por conocer”, lo cual seguramente no traerá mayores reacciones en los mercados internacionales, también siguiendo la máxima de “cuando las urnas cierran, los mercados se calman”. Independiente de los resultados electorales, la realidad sea dicha es que la sucesora de Lula no ha tenido mucha suerte, al menos en lo que a la economía se refiere, razón por la cual su triunfo fue muy estrecho frente al socialdemócrata Aécio Neves.

Durante su primer cuatrienio los datos no fueron buenos. En 2011, el primer año de Rousseff en el poder, el crecimiento fue 2,7%, bajó a 1% en 2012 y recuperó algo en 2013, cuando llegó a 2,3%. De acuerdo con los datos oficiales, la economía acumuló a junio dos trimestres de crecimiento negativo, lo cual de acuerdo con la metodología sobre el asunto, concluye que el gigante latinoamericano entró en recesión técnica y aunque se espera que en la segunda parte del año las cifras sean positivas, estarán más cerca del cero que en momento alguno muestren una recuperación significativa.

Aunque no se puede desconocer que la debilidad de la economía mundial afecta seriamente los agregados de los países de esta parte del mundo, problema del cual no escapa Brasil, cada vez hay mayor consenso acerca de que el modelo de manejo adoptado por la presidenta, dándole continuidad a la de su antecesor, está comenzando a mostrar distorsiones en el desarrollo productivo y en la confianza de los agentes económicos.

Esto es evidente en la reacción frente a las ideas de los aspirantes: mientras la Presidenta reelecta defendió siempre un esquema regulador, que pone como instrumento central los subsidios directos a los pobres y las ayudas crediticias a las empresas en problemas, su antagonista propuso reducir el tamaño del Estado y estimular la iniciativa privada y brindar las condiciones para que la economía tenga como motor de crecimiento a la inversión privada.

Sin duda que ahí está el meollo de la situación, como lo ha comprobado la triste realidad que afrontan Venezuela y Argentina, en donde la intervención extrema del Estado ha hecho que los niveles de productividad alcancen índices muy bajos. Aunque en Brasil no se ha llegado al extremo de los otros dos países, si hay una creencia de que la acción estatal sobrepasa los niveles promedios para una economía global. Lo cierto es que la Presidenta reelecta por cuatro años más deberá enviar mensajes claros para garantizar no solo la tranquilidad de quienes invierten, sino también la recuperación de la senda de crecimiento de la economía.

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