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Mañana se realiza en Brasil la primera vuelta presidencial, ante el imperativo de cambiar su historia reciente, marcada por la corrupción
Durante los años 80 se empezó a hablar de los Tigres Asiáticos, un grupo de países ubicados en la cuenca del Pacífico que lograron dar un salto en su desarrollo gracias a políticas públicas que enrutaron a Corea del Sur, Taiwan, Singapur y Malasia en el camino del primer mundo. Durante el primer lustro de 2000, bien entrado el siglo XXI se habló de los Brics, otro grupo de países -ya no pequeños- que darían un golpe de mesa en la geopolítica mundial y se configurarían como unas potencias políticas, económicas y militares hacia el futuro. Pero Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica aún siguen en deuda de esas infladas expectativas que les fijaron. Quizá China sea el único de los Brics que ha logrado mantenerse como la segunda economía más fuerte, muy cerca de Estados Unidos y sea una realidad en la economía global para los años venideros; los otros, en cambio, solo tienen liderazgos militares, poblacionales y sobretodo poblacionales, los gigantes países emergentes aún siguen en deuda con su entorno.
Brasil por ejemplo, colapsó en su camino hacia una gran potencia mundial, luego de dar muestras elocuentes de estar encaminado a convertirse en el verdadero líder de América Latina. Ese gran sueño de los brasileños y de varios países de la región comenzó durante el gobierno de Fernando Henrique Cardoso, quien llevó las riendas del país entre 1995 y 2003, tiempo suficiente durante el cual dejó sentadas las bases del crecimiento económico, vocación industrial, reducción de la pobreza y un orgullo global escaso en la región. Esas bases fundamentadas por Cardoso fueron expoliadas por el populista sucesor, que no solo reventó lo hecho, sino que le entregó la administración brasileña a la corrupción. Para Luiz Inácio Lula da Silva, hoy en la cárcel, no fue suficiente con derrumbar un modelo de desarrollo que funcionaba en su país y que lo erigía como líder regional, buscó también propagar su populismo irracional con nexos con la Venezuela de Chávez, el Ecuador de Correa, el Perú de Humala, la Bolivia de Evo, incluso llegar hasta la Nicaragua de Ortega. Los resultados para todos esos países no han podido ser peores, en diferentes estados de la eclosión social que siempre termina en catástrofes económicas. Ahora Lula da Silva quiere hacerse reelegir por interpuesta persona en las elecciones de mañana domingo, cuando los brasileños voten en primera vuelta por un presidente que sepulte el dañino populismo y corte por lo sano con la corrupción, tan afincada en ese país como el mismo fútbol.
Esta primera vuelta presidencial tiene en el partidor con buenas opciones a Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores, representante directo de Lula y Dilma Rousseff, y a Jair Bolsonaro, del Partido Social Liberal, un candidato con un modelo mucho más de centro. Brasil no solo se juega su futuro político y económico de los próximos años, en medio de un gran desprestigio por la clase política, tanto de izquierda como de derecha. También será una jornada electoral marcada por la lucha de clases sociales, que siempre ha sido el comodín al que acuden los políticos de la región para hacerse al favor de los electores. Para Colombia es bueno tener un vecino como Brasil fuerte y estable, que no vuelva a coquetear con el populismo de exportación que tanto daño le hizo a la región.
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