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Sierra Nevada
La gigante del turismo global, Civitatis, presentó durante la pasada cumbre de la Celac los planes que tiene en la Sierra Nevada de Santa Marta y el Parque Tayrona
En la pasada Cumbre de la Celac-UE, cientos de líderes de Europa y la región llegaron a Santa Marta, la ciudad anfitriona del encuentro. Pero, un día antes del inicio oficial, muchos de ellos hicieron la misma búsqueda en Google: a dónde ir fuera de la ciudad para vivir una experiencia que combinara naturaleza, cultura y tranquilidad. La respuesta apareció de inmediato: a pocos minutos se encuentra el Parque Nacional Tayrona, uno de los escenarios más emblemáticos del Caribe colombiano.
Entre las recomendaciones destacadas, la española Civitatis, gigante mundial del turismo de experiencias, sugiere una inmersión en la Sierra Nevada de Santa Marta y, dentro de ella, una joya poco conocida: Taironaka.

En Santa Marta la oferta es diversa: turismo ecológico, playas y, de manera muy especial, un fuerte protagonismo del turismo comunitario. Esta modalidad, vinculada al turismo ecológico y cultural, tiene como esencia a los locales: son ellos quienes mejor conocen el territorio y quienes transmiten experiencias auténticas, enseñando a los visitantes a descubrir respetando el entorno. “Cada vez más viajeros están buscando actividades que les permitan conectar con el origen de los lugares y con quienes los habitan. En destinos como Taironaka, esto se convierte en una experiencia profundamente transformadora”, dijo María Carolina Padilla, country manager de Civitatis, al destacar que Santa Marta es hoy uno de los polos turísticos más sólidos del país.
Taironaka se ha convertido en una puerta de entrada privilegiada a la Sierra Nevada, un espacio sagrado para las comunidades Kogui, Wiwa, Arhuaco y Kankuamo. Allí, antiguas terrazas, senderos restaurados y casas tradicionales permiten entender cómo vivían los tayronas y cómo se mantiene hoy la relación espiritual con el territorio. La experiencia va más allá de la contemplación: los viajeros recorren caminos usados por las comunidades, aprenden sobre su cosmovisión, escuchan su lectura del clima y del bosque, y se acercan a la figura del mamo, autoridad espiritual que guía la armonía del territorio.
Uno de los momentos más memorables es el recorrido por el río Don Diego hasta su encuentro con el mar Caribe. La navegación tranquila permite observar monos, aves y una vegetación exuberante que desciende desde las montañas nevadas. Y al final, un espectáculo difícil de olvidar: el punto exacto en el que el agua dulce se desliza sobre la salada. ¿Cuántas veces se tiene la oportunidad de ver esa frontera natural que parece pintada a mano?

La ciudad ofrece alternativas para todo tipo de viajero: desde el internacional que busca aventura y naturaleza, hasta el nacional que disfruta de escapadas de fin de semana y experiencias gastronómicas o culturales. En todos los casos, Santa Marta -y en especial lugares como Taironaka- se vive con un mismo enfoque: calidad, sostenibilidad y autenticidad. Allí, donde comienza la montaña sagrada y el mar se vuelve espejo, el turismo se convierte en un puente entre mundos que conviven desde hace siglos.
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