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CONSTRUCCIÓN

Consultas populares y la tragedia de los comunes

viernes, 4 de agosto de 2017
La República Más

Ciro Gómez Ardila

Imagínese que le piden que vote si usted quiere que los cables de la luz eléctrica pasen por enfrente de su casa o edificio. Los llamados a la votación son todos los vecinos de la cuadra y todos saben que si la mayoría vota “No”, retirarán los postes instalados y la compañía de electricidad no podrá pasar ningún cable por enfrente de su vivienda nunca. A usted le parece muy valioso que se pida su opinión sobre algo que le concierne tan directamente y como ciudadano responsable medita muy bien cuál debe ser su voto.

Los defensores del “No” exponen su punto: la calle se vería fea con una cantidad de cables colgando; usted es consciente de eso porque justo en frente de la ventana de su cuarto se ve un cable negro que pasa (siempre le ha parecido así) “demasiado cerca”. Por otra parte, los cables de la luz colgando sobre la cabeza de peatones son un peligro potencial.

Pero quizá lo que a usted más le preocupa es si gana el “Sí”. ¿Quién controla lo que va a suceder? ¿Cuántos cables serán? ¿Qué potencia trasmitirán? ¿Cómo podría uno ir a quejarse después, si el mejor argumento en contra será: “Hubo una votación y ustedes mismos nos autorizaron”? Un voto afirmativo es una licencia de corso para la empresa.

¿Y qué dicen los del “Sí”? Que son solo apenas unos cables, casi no se verán, a nadie molestarán, los incendios nunca se producirán, todo en un futuro tan maravilloso como incierto. No puede usted olvidar el poste torcido que algún día se caerá de la cuadra vecina, ni el hueco que nunca taparon la vez que pasaron por allí por primera vez.
Los vecinos parecen estar decantándose por el “No” cuando la empresa de energía hace una oferta: “Si votan ‘Sí’ habrá una rebaja en la cuenta de la luz”. A algunos parece agradarles la idea. Pero la mayoría mira con escepticismo y se diría que era lo que les faltaba para decididamente votar “No”.

En resumen: el costo de votar “No” prácticamente ninguno; el costo de votar “Sí”, alto e incierto. Los beneficios de votar “No” positivos y reales; los beneficios de votar “Sí” dudosos y escasos.

En este ejemplo encontramos lo que se ha llamado “la tragedia de los comunes”, según la cual, si todos los vecinos de un pueblo comparten un terreno comunal para alimentar a sus ovejas, nadie se sentirá dueño del mismo y lo explotará sin ninguna precaución, hasta que el pasto se agote para todos.

Sucede algo parecido si un país importante se retira del Acuerdo de París. Individualmente se verá beneficiado ya que no tendrá que asumir ningún costo y, si es tan de buenas que los demás cumplen su palabra, el beneficio será doble. Es como que todos los vecinos se pongan de acuerdo en dejar “descansar” el terreno unos meses al año para que crezca el pasto, salvo uno que aprovechará esos meses para sacar a sus ovejas a pastar en libertad. Lo que se espera que pase en estas circunstancias es que los otros, al ver que alguno o algunos no cumplen su palabra, simplemente abandonen el pacto y saquen sus ovejas también, con la consiguiente destrucción del pacto y del terreno.

Algo similar puede pasar con las consultas a los municipios sobre el uso de los recursos de su subsuelo. Si un municipio impide el uso del subsuelo, pero los demás no, el beneficio para ese municipio será doble. El problema es que si todos los municipios impiden el uso del subsuelo, se acabarán los recursos para repartir.

Las naciones no son agrupaciones de municipios así como una ciudad no es el conjunto de barrios autónomos que impiden usar su suelo para calles, parques públicos, postes y cables eléctricos. Una ciudad y una nación democrática afrontan sus problemas y dan su opinión sobre los asuntos que le conciernen a todos, pero lo hacen como unidad.

Por ejemplo, ¿no queremos más extracción de petróleo? Vale, pero lo decidimos entre todos. Porque también puede pasar al revés. ¿Se imaginan que un municipio votara que no le importa que se contamine el río con metales pesados, que seguirá cazando libremente al oso de anteojos, que no acoge la decisión del país de unirse al Acuerdo de París y no cerrará su ineficiente y contaminante termoeléctrica de carbón?

¿O cuándo será que tendremos la “muy democrática” votación para que unos (los que sea) dejemos de pagar impuestos mientras los demás sí lo hacen?

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