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Analistas 21/05/2025

Vulgar

Yamid Amat Serna
Creador conceptual

¿La vulgaridad ha conquistado el mundo?

Todo indica que sí, no solo por lo que se dice y cómo se dice, sino por cómo se vive, cómo se lidera, cómo se consume y cómo se gobierna. Por estos días es difícil ver la vulgaridad escondida; ahora se exhibe, se premia y se viraliza. Ha pasado de ser una equivocación, para convertirse en norma y estrategia.

Lo vulgar ha ganado tanto terreno que nos hemos ido acostumbrando a ello y, con ello, a todo lo burdo y superficial que de ahí emerge. Se ha confundido lo popular con lo ordinario, ha crecido lo vulgar como una mancha que cubre rostros, pantallas y escenarios; se ha impuesto como fantasma encarnado que a su paso arrasa con lo cuidadoso y con lo delicado, con la belleza discreta y el pensamiento sereno. Ha entrado a nuestras vidas con cierta forma de pasaporte irrestricto, como humo espeso que se filtra por el vacío que queda entre el listón de madera de la puerta y el piso; así, de manera rastrera y engañosa, se ha hecho costumbre, ya no sorprende ni escandaliza. Se ha mimetizado en todas las referencias de mal gusto, las que hoy son influencia que no solo se tolera, sino que se imita.

Lo vulgar tiene tantas facetas como representaciones; opinar sin investigar, hacer del dolor un espectáculo, triunfar sin ética, reducir la belleza a un filtro, confundir lo auténtico con lo ruidoso, lo libre con lo desbordado, vivir sin asombro, sin vergüenza ni respeto, son apenas algunas de ellas.

Hoy todo pasa por las manos de lo vulgar: La política se ha vuelto vulgar, dejó de ser el arte de lo posible y pasó a ser un espectáculo chabacano; el entretenimiento dejó de narrar la vida para exhibir el exceso y hacer de lo íntimo y lo sensual un show barato y violento. Hoy brillan los estribillos vacíos y denigrantes; las redes se ahogan en sus mismas herramientas, las conversaciones cotidianas se han contagiado y hasta ciertos modelos económicos que no miden los valores que promueven ni las prácticas que aplican han sido colonizados por lo vulgar, pues cuando todo puede comprarse o venderse, se confunde la diferencia entre el valor y el precio y nada más vulgar que eso. El algoritmo ha aprendido que la vulgaridad genera “clics” y, por lo tanto, dinero; entonces premia todo lo que destruye y lo convierte en una mercancía rentable.

¿En qué momento dejó de conmovernos lo humano y empezó a excitarnos lo grotesco?

¿Estamos condenados a vivir en un mundo vulgar? No necesariamente, pero es urgente resistirse.

Resistirse a lo vulgar no significa encerrarse en la melancolía, ni juzgar desde el recinto de lo incansable, significa cuidar, cuidar las palabras, las formas, los vínculos, no lucrarse en la morbosidad, significa negarse a insultar por costumbre, resistirse a lo vulgar es proteger la sensibilidad, es entender de otra manera el disentimiento, es alejarse de la humillación, del juicio y la venganza, es dejar de ser presos del consumo de lo inmediato, es recordar que probablemente, aun, somos capaces de respetar, de elevar, de provocar hechos éticos, espirituales y estéticos, resistirse a lo vulgar es preguntarse qué tipo de mundo estamos cultivando, qué mensajes estamos legitimando y qué futuro estamos habilitando.

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