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Es usual sentirse sobrecogido con un himno nacional. Entonarlo es un rito de pertenencia, se canta con emoción y se comparte con ilusión. La letra refleja un sentimiento patriótico de la lucha por la libertad; nos invita a imaginar los campos de batalla donde miles murieron para darnos el privilegio de vivir en un estado de derecho. Una canción nos recuerda la sangre derramada para brindarnos libertades que damos por sentado, cuya existencia con frecuencia ignoramos.
Que el modelo por el que lucharon nuestros antepasados haya sobrevivido más de 200 años no garantiza su subsistencia hacia adelante. Percibimos las instituciones como castillos fortificados que resisten sin resquebrajarse los embates de sus enemigos, olvidando que somos los ciudadanos quienes nos beneficiamos de sus muros y fosos, y que está en nuestro interés protegerlos cuando sus defensas están siendo vulneradas.
Tenemos la suerte de vivir en una nación que opera bajo un modelo democrático, lo cual conlleva la responsabilidad de aprender sobre qué necesita el país, educar a otros ciudadanos, y escoger personas que tengan la preparación intelectual, la vocación de servicio, y la resiliencia ante la adversidad para guiarnos. El riesgo de caer en una “kakistocracia”, el gobierno de los menos aptos, es real, y las consecuencias son catastróficas, como es evidenciado por la debacle de varios países suramericanos que han visto sus economías derribadas por años de elecciones erróneas de sus ciudadanos, que lamentablemente han votado por individuos incompetentes para gobernarlos. Bien nos haría leer “Rebelión en la granja” de George Orwell, para recordar que una visión convincente y un discurso inspirador no son suficientes; se requiere líderes competentes, con principios sólidos, e interés genuino y persistente en el bien común.
Creo que el adagio popular de que en la mesa no se debe hablar de política es inadecuado para estos tiempos de polarización, y más bien exhorto a los colombianos a que dialoguemos con educación, curiosidad y empatía. Interesémonos en el punto de vista del otro, y tendamos puentes para sentir nuestras preocupaciones, dolores y anhelos.
Construyamos caminos para interiorizar las experiencias de lo que funciona, de lo que no lo ha hecho y de lo que podría hacerlo.
El rol político del ciudadano no es únicamente aspirar a roles de elección popular, es ser un participe efectivo de un sistema que requiere interés y compromiso. Václav Havel, un dramaturgo, activista y expresidente checo, tenía la expectativa de que el ciudadano use su voz y su voto de manera directa, de que se manifieste si está inconforme, de que exija cuando sienta que los gobernantes elegidos no están cumpliendo su rol y de que eduque a sus conciudadanos en las herramientas de una democracia efectiva. Para ser político no hay que ser presidente, senador o concejal, nos tiene que importar, tenemos que representar y proteger lo bueno que se ha construido, y alumbrar donde se puede hacer mejor.
Es más fácil ahora que cuando nuestros antepasados lucharon por nuestros privilegios. No tenemos que cruzar los Andes tiritando de frío, calzando alpargatas y armados con palos, dejando nuestras vidas peleando cuerpo a cuerpo en las batallas contra el ejército realista. No hace falta ser próceres de la independencia, pero sí hace falta educarnos, entender y sentir el país, hablar de política sin acusarnos, escoger y votar bien, por gente que sepa pensar, y que sepa hacer. Eso es una gesta diaria, no de cada cuatro años; y creo que es más fácil ahora, tal vez mañana nos toque luchar como los libertadores del siglo XVIII.
Durante el actual Gobierno, todas las universidades públicas han recibido recursos adicionales a través de los Planes Integrales de Cobertura, más de $100.000 millones en 2023 y $200.000 millones en 2024.
El destino del sistema financiero está ligado al de la economía. El sector financiero no es un actor más, sino el eje articulador. Por eso la banca colombiana redobla esfuerzos, porque creemos que una Colombia más próspera será también una Colombia más justa
Colombia no necesita más improvisación fiscal. Elevar la retención en la fuente no es una reforma estructural, es una señal equivocada