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Analistas 16/08/2016

Sigue siendo tiempo de endeudarse; sigue siendo tiempo de gastar

Foto: The New York Times
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Es cierto que los conservadores seguían advirtiendo sobre un dólar devaluado, mientras que la Gente Muy Seria estaba obsesionada con la deuda y los déficits, por lo que no hicimos lo obvio. Pero era obvio.

Sin embargo, ahora la economía discutiblemente no está lejos del pleno empleo. Tampoco hay problemas visibles de inflación, todavía, pero no es una locura sugerir que la inflación pudiera superar la meta de la Reserva Federal en un futuro no tan lejano. Entonces, ¿se ha extinguido el argumento macroeconómico a favor de políticas fuertemente estimulantes?

Hemos tenido una extensa discusión sobre esta pregunta con respecto a la política monetaria, donde la incertidumbre juega un papel central. Quizás tal vez estemos en pleno empleo, o cerca de éste, y tal vez sigamos en esa dirección, pero tal vez no; quizás choques adversos hagan caer la economía otra vez. Esto significa que está el riesgo de equivocarnos en cualquier dirección: no elevar a tiempo las tasas de interés para evitar un poco de incremento en la inflación, por un lado, versus elevarlas muy pronto, por el otro.

Y al argumento decisivo, a mi parecer y al de otros comentaristas (aunque lamentablemente no para las autoridades de la Fed) es que los riesgos son asimétricos. Con esperar mucho corremos el riesgo de pasar vergüenzas y pagar cierto costo por evitar la inflación adicional, pero si actuamos muy pronto corremos el riesgo de estancamiento de largo plazo. Como lo he dicho antes: ¡Hay que esperar hasta verle lo blanco de los ojos a la inflación! (acuñé esa frase, por cierto).

¿Pero qué hay con respecto a la política fiscal? Aunque estoy seguro que no soy el primero en decirlo, aplica un argumento similar. Pensemos particularmente en la inversión en infraestructura, que tarda mucho en ponerse en marcha.

Supongamos que Estados Unidos lanza ahora un programa de inversión pública financiado con déficit a aplicarse durante los próximos años. La verdad es que no sabemos cuál sería el ambiente macroeconómico cuando el gasto realmente se efectúe. Tal vez estemos más o menos en pleno empleo, lo que significa que el gasto causaría tasas de interés más altas y desplazaría un poco de inversión privada. Pero también podríamos estar en un estado de depresión, ya sea por una caída en alguna parte de la demanda nacional o porque estemos importando estancamiento del exterior, en cuyo caso el estímulo fiscal sería justo lo recetado por el doctor.

El punto es que, otra vez, son riesgos asimétricos. Un poco de desplazamiento no nos va a matar, dado lo mucho que necesitamos inversión en infraestructura. Por el otro lado, si efectivamente caemos en una trampa de liquidez, resultaríamos muy afectados por no tener inversión pública que ayude a apuntalar la demanda, y que además ayude a otros propósitos.

O para decirlo de otra forma, además de sus beneficios normales, la inversión pública sería un valioso seguro contra el muy posible retorno del límite inferior cero. No es un caso tan cierto como en 2013, digamos, pero sigue siendo muy sólido. Sigue siendo tiempo de endeudarse y gastar.

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