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Colombia, como Estado soberano, tiene la facultad de explorar nuevos espacios de cooperación internacional. Sin embargo, toda decisión en política exterior debe estar guiada por una pregunta fundamental: ¿qué ganamos y qué arriesgamos? Estas decisiones deben sustentarse en realidades comprobables, no en expectativas aún por materializar, y siempre deben responder al interés nacional, con visión estratégica y de largo plazo.
En el contexto actual de alta sensibilidad geopolítica, donde Estados Unidos -principal socio comercial y aliado estratégico de Colombia- ha expresado su preocupación por la expansión de China en la región, un eventual acercamiento público a iniciativas como la Ruta de la Seda amerita un análisis responsable, integral y prudente. Especialmente cuando hay ejemplos de países como Brasil que han optado por mantener una relación madura con China sin formalizar su adhesión a dicha iniciativa, preservando su autonomía estratégica y evitando tensiones innecesarias con aliados clave.
Y no hay que suponer que eso signifique ser súbditos de EE.UU., se trata de un análisis pragmático de las implicaciones políticas y económicas que pueden tener para Colombia. China no es reconocida como economía de mercado por la comunidad internacional y eso deriva en competencia desigual para sectores sensibles de nuestra economía. En 2024, Colombia registró un déficit comercial superior a US$13.500 millones con China, mientras que sus exportaciones hacia Estados Unidos crecieron 15% en el primer semestre del año. Sectores como el agro muestran un crecimiento de 40% hacia EE.UU., con presencia marginal en el mercado chino.
En este contexto, vale preguntarse: ¿cómo garantizar que una eventual adhesión a la Ruta de la Seda contribuya a una relación comercial más equilibrada? ¿Qué garantías se ofrecen para evitar distorsiones de mercado o impactos sobre el empleo nacional? La política comercial no puede ser ingenua; debe estar al servicio del bienestar, la industria y la generación de empleo formal.
Colombia ha avanzado en su relación con China a través de mecanismos como acuerdos de cooperación, eliminación de visados y la creación de un diálogo binacional en materia de inversión. Sin embargo, convertir estas acciones en una señal de alineamiento geopolítico podría enviar un mensaje ambiguo y contraproducente en medio de un entorno internacional marcado por tensiones y restricciones comerciales.
Los esfuerzos por diversificar exportaciones y destinos deben mantenerse, pero sin hipotecar la soberanía ni poner en riesgo alianzas estratégicas consolidadas. Estados Unidos sigue siendo un socio con el cual se tiene un comercio de mutuo beneficio (es el principal destino de nuestras exportaciones no minero-energéticas), y desde donde provienen la mayor inversión extranjera, las remesas y la cooperación para la seguridad y el fortalecimiento institucional.
En momentos de incertidumbre global, la diplomacia debe conducirse con prudencia y pragmatismo, no con impulsos ni declaraciones intempestivas. La estabilidad de un país depende, en buena medida, de la capacidad de sus líderes para tomar decisiones estratégicas que fortalezcan una posición internacional sin comprometer su margen de maniobra. Actuar con equilibrio y responsabilidad es la mejor garantía para asegurar un desarrollo sostenible, inclusivo y soberano.
No es asunto de endurecer más las penas, es hacerlas cumplir. El Código Penal Colombiano ya la establece taxativamente en su artículo 188 D la pena
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