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A medida que se relaja la severidad del encierro por el covid-19 reaparecen el ruido y el esmog, poco a poco regresamos a la habitual intensidad urbana, pero nos ha quedado una tarea muy importante respecto a la forma de vivir y a lo que debemos hacer para lograr que los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros y sustentables.
Es una tarea pendiente en todos los municipios, algunos de los cuales hay que reconocerles sus esfuerzos por un entorno más saludable y prácticas sostenibles, y en medio de la indiferencia sobre esa necesidad destaca la notable excepción de Medellín, tal vez la única ciudad que tiene los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) en su plan de desarrollo desde 2016. Una tarea con reconocimiento mundial y que aquí no la hemos sabido apreciar.
Desde la Alcaldía de Federico Gutiérrez se viene trabajando y para fortuna de los antioqueños se mantuvo en la siguiente administración. Medellín es de las pocas ciudades del mundo que cumple las distintas metas de la agenda mundial de sostenibilidad en todos los frentes, desde la reducción de la mortalidad infantil, la garantía de una vida sana o el cuidado ambiental, hasta la enseñanza primaria universal y proyectos de desarrollo económico para la equidad y la reducción de la pobreza.
Su sistema de transporte, además de un eficiente metro, está compuesto por soluciones cada vez más limpias, como el metrocable, los autobuses eléctricos y opciones integrales para la movilidad en bicicleta.
Muchos propósitos universales se han escrito desde la llamada primera Cumbre de Tierra celebrada en Río de Janeiro en 1992, pero da la impresión de que solo ahora la Humanidad ha entendido la dimensión del problema, sensibilizada por una pandemia que llegó en medio de alertas sobre el efecto invernadero, el cambio climático, la deforestación, el deshielo y un sinnúmero de atentados contra el medio ambiente que comienzan a pasar factura.
Los retos de nuestras ciudades, grandes y pequeñas, además de reducir sus emisiones de carbono, son el uso adecuado de la energía y aprovechamiento sin desperdicio del agua; mentalizarse en la urgencia de sustituir el plástico de un solo uso y eliminar elementos tóxicos que afectan el ambiente y desarrollar una infraestructura verde, priorizando los trenes eléctricos y el transporte urbano con bajas emisiones y una buena oferta para la movilidad en bicicleta.
Según el Dane, cerca de 45% de los colombianos vive en ciudades capitales y las proyecciones indican que ese porcentaje aumentará. Convendría incentivar la vida rural, aprovechar su riqueza y conservarla. Hace falta un ejercicio a gran escala que revierta el abandono del campo por culpa del atraso, la pobreza, la politiquería, la falta de claridad en los procesos de restitución de tierras, la violencia y la injusticia.
Iniciativas como la de Medellín, y que ya comienzan a darse en Bogotá, se deberían replicar en todo el país con acciones que permitan una reforestación urbana que mitigue la desproporción de cemento, la reducción de emisiones de los gases de efecto invernadero, el comercio justo, el consumo sano y responsable y las buenas prácticas, como reutilizar y reciclar.