MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
El pasado 13 de mayo falleció José Alberto Mujica Cordano, comúnmente conocido como “Pepe” Mujica. Este episodio resultó claramente particular para la política global, puesto que no hubo lugar en toda América (y en otras partes del mundo) que no sintiera los efectos de la noticia que se viralizaba con el paso de los minutos. Mujica fue, por mucho, un verdadero líder de la política regional e internacional. ¡Cuánto debieran aprender de él quienes detentan el poder!
En tiempos de líderes populistas que tuercen el significado de la libertad para justificar abusos de poder, la figura de Mujica se alza (ahora desde el legado), como un recordatorio vibrante de lo que significa ser un auténtico liberal en el plano político. Fue ese guerrillero uruguayo, agricultor austero, orador incómodo y presidente de una de las democracias más estilizadas del continente, quien con mayor coherencia supo defender las libertades fundamentales del individuo.
Actualmente el término “liberal” luce secuestrado por discursos que lo reducen al mercado. Pero el liberalismo nació como una doctrina política: aquella que puso en el centro los derechos individuales, la igualdad ante la ley, el pluralismo, la separación de poderes y el respeto por las diferencias. Mujica encarnó ese espíritu. No acumuló poder, no promovió el culto a su persona, no transformó las instituciones para adaptarlas a su voluntad. Gobernó con humildad, con mesura y, sobre todo, con respeto por la libertad ajena.
Durante su presidencia, impulsó leyes que desafiaron los límites del conservadurismo regional: legalizó el matrimonio igualitario, despenalizó el aborto y reguló el mercado del cannabis. No lo hizo para provocar, sino porque entendía que un Estado verdaderamente libre es aquel que no impone una moral única, sino que garantiza el derecho a elegir. Mujica apostó por ampliar la esfera de lo personal frente a las imposiciones colectivas: eso es liberalismo político en estado puro.
A esa defensa firme de las libertades individuales, sumó una coherencia ética poco común. Rechazó los lujos del poder, vivió en su chacra, donó gran parte de su salario y convirtió su vida personal en un mensaje político: la autoridad moral nace de la congruencia. Nunca se vendió como infalible, y por eso sus palabras pesaban más que los discursos grandilocuentes de tantos otros.
En una región donde la política suele convertirse en un ejercicio de acumulación personal, Mujica ofreció una ética pública que pocos están dispuestos a sostener. Vivió la política como un servicio, no como un negocio. Habló desde la sencillez, pero con una profundidad que pocas veces se escucha en los pasillos del poder. Su legado es una advertencia silenciosa: no hay libertad sin responsabilidad, ni justicia sin límites al poder.
A quienes hoy se proclaman herederos de la izquierda, Mujica les deja un desafío claro: ser de izquierda no es hablar de pueblo mientras se vive como oligarca; no es hablar de derechos mientras se persigue al que piensa distinto; no es gritar contra el sistema mientras se acomodan en sus privilegios. Ser de izquierda, como él la entendió, es tener un compromiso serio con la libertad, la dignidad humana y la ética democrática.
Mujica fue un liberal en el sentido estricto del término. Su muerte deja un vacío difícil de llenar, al tiempo que propone una vara ética para medirse. Su altura y coherencia harán una falta inconmensurable.
El comportamiento de los precios de mayo de 2025 se debe al incremento del precio mayorista de las chatas de res, asociado a poca disponibilidad de reses en pie en Antioquia, Bolívar y Atlántico
Existe un creciente consenso entre los investigadores de que lo que ocurre en Gaza es genocidio, aunque muchos se resistan a admitirlo