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Tribuna Universitaria 22/10/2025

Vivir 150 años o morir a los 60

Juan Manuel Nieves R.
Estudiante de Comunicación Política
JUAN MANUEL NIEVES

En una reunión con amigos, surgió un contraste que quedó grabado en mi memoria. Uno de ellos un empresario, padre de familia, amante de sus pasatiempos me dijo con convicción: “por mí viviría 150 años; disfruto tanto mi tiempo que siento que la vida es muy corta”. Otro se encargó de llevarle la contraria: “yo moriría a los 60, pues vivo en la oficina, trabajo de 8:00 a.m. a 8:00 p.m., no tengo familia ni tiempo para nada más”. Esa conversación expuso una verdad sencilla: muchos valoran el dinero, las metas materiales, y olvidan que vivir es algo más que trabajar.

En Colombia esa desconexión es frecuente. Somos un país donde trabajar es casi sinónimo de sobrevivir, según informes, los colombianos trabajan en promedio 46,6 horas semanales, una de las jornadas más largas del mundo, eso pone al país en el puesto 13 a nivel global entre los que más horas laboran, aun cuando hay una reducción progresiva prevista la tensión entre producir y vivir sigue siendo grande.

Mientras tanto, países como España o Italia aparecen con mejores indicadores de “equilibrio vida-trabajo”. En España, por ejemplo, uno de los puntos mejor evaluados es el balance, Italia también destaca en salud, participación ciudadana y redes sociales, comparando con Colombia, la expectativa de los favorece: en Italia la vida promedio es de ~83 años frente a ~75 en Colombia.

El hombre que decía que viviría 150 años no razonaba en horas facturables, sino en conversaciones, en risas con sus hijos, en caminatas, libros leídos, música, viajes; lo que importa no siempre cabe en extractos bancarios, los lazos de familia, amistad, comunidad; el sentido de pertenencia y cultura conectan con aquello que da plena dignidad al vivir.

Cuando alguien no tiene horarios para compartir, cuando las comidas se vuelven solitarias, los fines de semana son días más de recuperación que de disfrute, la vida se vacía; esa persona está “trabajando para morir”, como decía el segundo amigo, y eso es peligroso para la salud mental, las relaciones, la motivación, incluso para la productividad que se pretende defender con tantas horas extra.

En Colombia, donde la desigualdad es patente y muchos viven con privaciones materiales, se tiende a pensar: “primero ganaré lo suficiente, después veré lo otro”, pero la paradoja es que el “después” muchas veces no llega, incluso con pocos recursos, es posible cultivar calidad de vida: dedicar minutos a conversar, caminar, cultivar amistades, mantener algún pasatiempo sencillo, establecer límites al trabajo.

Reconectar con lo que realmente importa no exige riqueza ni grandes gestos, sino voluntad. Se trata de recuperar el equilibrio que el trabajo y la rutina nos arrebatan poco a poco: volver a cenar en familia sin mirar el celular, caminar al final del día, compartir una conversación sin prisa, dedicar tiempo a un acto sencillo de servicio a los demás; son gestos pequeños, pero profundamente humanos, que nos recuerdan que la vida no se mide por la productividad, sino por la calidad de los vínculos y la serenidad del espíritu. En un país como Colombia, donde la mayoría corre para llegar a fin de mes, es urgente comprender que el bienestar no siempre depende de la cuenta bancaria, sino de la manera en que invertimos nuestro tiempo, incluso en medio de la pobreza material, es posible construir riqueza emocional y espiritual si aprendemos a valorar lo que no tiene precio: el afecto, la amistad, la familia y los instantes compartidos; porque vivir no es solo existir, es aprender a detenerse y disfrutar del trayecto antes de que la vida, sin avisar, se nos pase de largo.

La vida no puede medirse solo en cifras de ingresos, en logros materiales o en horas facturadas. Quien es capaz de disfrutar el tiempo, de ponerlo en aquello que importa, se da licencia para existir de verdad.

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