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Analistas 23/04/2019

Hoy ya es ayer

Ignacio-Iglesias

¿La vigencia de algo es un término que cada vez se reduce más? Nada trasciende. Todo se queda obsoleto, casi antes de que sea novedad. Sin duda puede llegar a ser una exageración, pero si lo pensamos fríamente, no estamos tan alejados de la realidad.

La celeridad con la que ocurren cosas y la velocidad de los cambios nos obligan a estar siempre alerta. Reiventándonos. Cada mañana tenemos que mentalizarnos de que pueden suceder nuevas situaciones que nos obliguen a cambiar decisiones que se tomaron apenas horas atrás y dar prioridad a otras que ocupaban un puesto más rezagado entre nuestros “pendientes”. Y ese cambio de prioridades o nuevas oportunidades exigen que seamos capaces de reaccionar rápidamente y aprovecharlas. Igual que llegan, se van y hay que estar muy atentos.

La gestión del cambio se convierte en una de las habilidades más valoradas por las empresas en la actualidad. Y tiene que ser una gestión “cuasi intuitiva” para poder rentabilizar las oportunidades que se nos aparecen cada día. Esto nos obliga a ser más versátiles y creativos y, al mismo tiempo, ser capaces de tener colaboradores que estén dispuestos a jugar en esta liga de cambio continuo. La oportunidad de negocio puede existir hoy, quizás mañana ya no sea tal y si lo fuera, es más que probable que nuestra competencia pueda replicarla e incluso mejorarla. No hay posibilidad alguna de vivir ensimismados. De recrearse en la gloria pasada. De pensar que tenemos el éxito garantizado por el mero hecho de haber sido exitosos la semana pasada. Grave error.

Tenemos mucha información, muchas plataformas tecnológicas que nos ayudan a tomar decisiones muy rápida- mente. Somos profesionales de la comunicación, pero al mismo tiempo también somos consumidores. Debemos acabar con esa barrera cuasi clasista de “ellos y nosotros”. Todos somos “nos” y por lo tanto todos nosotros somos relevantes a la hora de decidir qué hacer.

Hay que actuar y ajustar. Entre la actuación y el ajuste hay que escuchar. En este mundo, inmerso ya en la cuarta revolución industrial, hay capacidad para enmendar y mejorar lo accionado. Prácticamente de un día para otro. Mi pregunta es si estamos preparados para poder adaptar nuestra vida profesional a los avatares de nuestro tiempo. Incluso hay otra pregunta todavía más complicada de responder. Al formar parte muchos de nosotros de organizaciones multinacionales, ¿realmente éstas están preparadas para cambiar el rumbo varias veces en una misma ruta y asumir que ahora más que nunca todo es volátil, impredecible, complejo y ambiguo y por ende que lo que hoy vale mañana no es suficiente?

La agilidad mental y de acción que se requieren es brutal y al mismo tiempo la posibilidad de equivocarse también es mucho más elevada, por lo tanto, la aceptación del riesgo y del error debe ser parte del ADN de todas las empresas que quieran ser viables y sostenibles en el tiempo. En esta realidad, el fallo es más que posible y se debe aceptar y enmendar también lo antes posible.

Lo dicho es aplicable tanto a las empresas más disruptivas que nos vienen a la mente en cada momento, Amazon, Airbnb, Uber, Netflix…, como a aquellas que en su momento fueron referentes en su negocio, como IBM, Walmart… y que ya se han subido a este nuevo mundo de transformación y cambio continuo. Ni unas ni otras pueden “dormirse en los laureles”. La competencia no va a dar tregua al inmovilismo y las vías de agua pueden aparecer antes de lo esperado. De hecho, ahora aparecen inmediatamente: sin avisar

En estos días más que nunca, el éxito de todos los negocios es la suma de acertar con las oportunidades que se nos presentan a diario. Esto puede ser una obviedad, pero antes la oportunidad se perpetuaba en el tiempo y ahora llega y… se va o… muta. “Camarón que se duerme, se lo lleva la corriente” y yo prefiero estar vigilante y en ese río revuelto, pescar el camarón.

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