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Analistas 10/02/2022

Retos de la formalidad

Guillermo Cáez Gómez
Socio Deloitte Legal
GUILLERMO CAEZ

Por estos días en este mismo diario se conoció la Gran Encuesta del Empresariado de Bogotá y la Región para consolidar la radiografía del tejido productivo. Como fue evidente en dicho sondeo, cada vez es más difícil para las cámaras de comercio atraer a los emprendedores basados en el autoempleo o aquellos emprendedores que no encuentran tantos beneficios en el proceso de formalización cuando el modelo de negocios apenas se está validando en el mercado.

En este momento, a las cámaras de comercio les está sucediendo algo similar a lo que acontece en el sistema financiero: viejas reglas basadas en modelos empresariales que no están acordes a los que el tejido empresarial tradicional está acostumbrado; la forma en que los nuevos negocios emergen se diferencia de los grandes referentes colombianos. Algunos de estos negocios emergentes incluso se aprovechan de vacíos normativos para su nacimiento y crecimiento vertiginoso, lo que a luces de la regulación y de la tradicionalidad es un “pecado”, en contraste con la receptibilidad del usuario y el mercado que terminan por doblegar la resistencia al cambio.

Retos históricos le sobran a la lucha a favor de la formalización y ahora se le suma lo poco seductores que resultan los beneficios versus las cargas que genera la creación de empresa: impuestos y cumplimientos normativos que conllevan a que los micro y pequeños empresarios se vean en la necesidad de contratar servicios o personal a cargo para esas regulaciones. En definitiva, debe promoverse un cambio en la forma en que se está abordando la discusión.

Desde mi profesión como abogado entiendo la necesidad de la formalización, pero desde mi rol como emprendedor soy consciente de lo difícil que resulta afectar el flujo de caja para asumir las cargas de la formalidad. Un emprendedor está entre la espada y la pared, a lo que se suma que, cuando se llega a una etapa madura de aceleración, en muchos casos se les exige botar a la caneca estos esfuerzos para migrar a modelos societarios en países donde los fondos de inversión se sienten más cómodos por la estabilidad normativa que genera mayor seguridad jurídica a las inversiones.

O empezamos a pensar en cómo lograr que el país otorgue mayor seguridad jurídica, beneficios a la creación de empresa y cambios en las cargas que se asumen al inicio de una actividad económica, o el camino de la formalización va a padecer una crisis mayor a la que lleva viviendo en los últimos años. Por naturaleza el colombiano no se siente a gusto pagando impuestos y la corrupción tiene una cuota de responsabilidad altísima en esa desazón generalizada en la que, por más que se contribuya, los beneficios no se evidencian.

No podemos negar que el país necesita una reforma tributaria seria que será poco popular si se hace bien. La carga tributaria a las empresas es muy alta en comparación con otros países de la región y contraria al modelo de tributación de países desarrollados, en los que las personas naturales son quienes asumen el mayor peso en este ingreso corriente para el país. Tampoco podemos hacernos los ciegos cuando la crisis que se puede avecinar nos implica ser mucho más audaces que en el pasado. Quien llegue a ser el futuro presidente del país tiene en sus hombros el reto enorme no solo de la reivindicación de derechos para muchos colombianos, sino de comprometerse en generar las condiciones necesarias para que el proceso de formalización o creación de empresa no sea un calvario al que muchos emprendedores le huyen por cuenta de la inactividad del Estado, que insiste en perpetuar un modelo que hace mucho tiempo debió repensarse.

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