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Y seguimos escribiendo las líneas del Carnaval de Barranquilla, esta vez con motivo del lanzamiento del libro ‘Hechos de fiesta’: la gran industria creativa del Carnaval de Barranquilla, publicado por este diario en alianza con Carnaval S.A.S. Y usted, querido lector, podrá decir: “Los barranquilleros piensan en Carnaval todo el año”. Y sí, porque sabemos que no es solo una fiesta: es un motor de transformación social. Y podría serlo a una escala aún mayor si logramos verlo más allá de lo festivo y turístico, como lo que realmente es: una plataforma de inversión social y cultural. Un concepto escalable y aplicable a otras fiestas del país y de América Latina.
Pero ¿qué significa esto? Las cifras más visibles sobre el Carnaval son las de impacto económico: en 2025, movilizó más de $880.000 millones y generó cerca de 193.000 empleos. Es, sin duda, una de las industrias creativas más grandes del país. Pero esa es solo una parte de la historia. Lo que no se mide -y debemos empezar a medir- es su impacto social: el rol del Carnaval como plataforma de cohesión, inclusión y desarrollo comunitario.
Los más de 60.000 hacedores que participan cada año no son solo artistas o portadores de tradición: son líderes sociales, emprendedores culturales, gestores de memoria, y maestros sin aula formal. Y así como ellos transforman el Carnaval y a sus comunidades, también el Carnaval los transforma a ellos. A su vez, el Carnaval transforma el territorio, y el territorio transforma a quienes lo habitan. Lo vemos en Barrio Abajo, que ha comenzado a consolidarse como un distrito creativo y demuestra que el desarrollo urbano y social es posible cuando la cultura se activa desde el corazón del barrio.
Este potencial puede escalarse aún más si entendemos el Carnaval como un vehículo para la integración de comunidades vulnerables. Muchas personas en contextos de exclusión -en especial los hacedores- han encontrado en él una vía para expresarse, reconstruir vínculos y abrir nuevas oportunidades. Pero eso no significa que su situación esté resuelta: la mayoría aún vive en condiciones precarias. Y más allá de ellos, hay sectores sociales que hoy siguen al margen del ecosistema cultural. El reto es hacer del Carnaval una vía de inclusión sostenida, que llegue a quienes históricamente han estado en situación de pobreza y exclusión. El Carnaval nos recuerda que la cultura no solo se celebra: también puede incluir, sanar y transformar.
Por eso insistimos: no se trata solo de financiar la fiesta, sino de invertir en una plataforma de alto impacto social, capaz de movilizar comunidades, activar liderazgos, fortalecer identidades y canalizar recursos hacia procesos sociales profundos y sostenibles de inclusión, emprendimiento, participación ciudadana, memoria e innovación social. Un laboratorio vivo que transforma territorios y consolida la cultura como fuerza de desarrollo. Mi sueño es que evolucionemos la visión del Carnaval: que lo veamos más allá de la industria creativa y lo consolidemos como una de las plataformas de inversión social y cultural más poderosas de América Latina. Porque la cultura no solo celebra lo que somos, sino que transforma lo que podemos llegar a ser.
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