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Analistas 06/08/2019

Complejo de Adán

Carlos Ronderos
Consultor en Comercio y Negocios Internacionales

Asistí a un conversatorio que se realizó con ocasión de los 25 años del inicio del gobierno Samper. Allí varios ministros de la época explicaron cuál fue la visión de Estado que se tenía y cuáles las acciones que se propusieron. Muy importantes planteamientos en materia social los que expuso la exministra Cecilia López, así como los culturales que detalló el exministro Ramiro Osorio. Otro tanto hicieron los exministros José Antonio Ocampo y Eduardo Verano, entre otros. Un frustrante denominador común en la gran mayoría de las presentaciones fue que en el gobierno siguiente importantes iniciativas en materia económica y cultural fueron borradas del mapa como si se hubiese iniciado una nueva era.

No es extraño. Por el contrario es lo que se conoce popularmente como el “Complejo de Adán”, según el cual los funcionarios que entran a ejercer en cualquier dependencia del Estado, de la Presidencia para abajo, creen que el mundo comienza con ellos y que todo lo hecho por su antecesor hay que desecharlo. Siempre hay justificaciones para el abrupto cambio de rumbo, la mayoría traídas de los cabellos, pero lo que no entienden esos funcionarios es que el término de un Gobierno es de cuatro años, tiempo en el cual es imposible consolidar cualquier iniciativa. Es más, el tiempo promedio en el que permanecen los ministros en sus cargos es escasamente de dos años, lo que hace que, en virtud por esta necesidad de reinventar el mundo, una vez en el carro oficial formulen nuevas políticas, que según ellos cambiarán el curso de la nación. Esta común práctica ha llevado al país a presenciar múltiples bandazos que hacen imposible adelantar políticas de Estado con visión de largo plazo.

Un ejemplo protuberante entre muchos otros es el metro de Bogotá. Recién egresado y trabajando en el entonces llamado Ministerio de Transporte a finales de la administración Turbay, me toco presenciar la estructuración de un metro para Bogotá acordado por el ministro Vargas Ramírez y el alcalde Durán Dussán y listo para ser licitado. Eso fue en 1982 y hoy en 2019, 37 años después, administración tras administración tiene su idea genial para el transporte masivo de la ciudad y por ello tenemos como único medio un Transmilenio colapsado. Elegiremos el próximo octubre un nuevo alcalde con la incertidumbre de si el proceso que está en el mismo estado que aquel del siglo pasado corra la misma suerte. Amanecerá y veremos.

La razón detrás de esta falta de visión de largo plazo está en la desaparición de partidos políticos como entidades orientadoras de política pública que vayan mas allá de las personalidades. Tenemos partidos, como se ha repetido hasta la saciedad, que no son más que franquicias que se entregan para que el mejor postor logre entrar a un proceso electoral. Cada uno de esos beneficiarios del aval tiene su propia agenda, ajena a la del partido y aun más apartada de los intereses superiores de la nación o la circunscripción para la cual son elegidos.

En Colombia desafortunadamente no existen políticas de Estado que vayan mas allá de las ideas geniales del personaje de turno. Los “acuerdos nacionales” o “sobre lo fundamental”, sin habernos puesto de acuerdo qué es lo fundamental, no pasan de ser argucias políticas pasajeras que se esgrimen para ganar una elección o ejercer un mandato. Esperaríamos los colombianos al menos un acuerdo sobre lo más fundamental que hay en país y es que más de ocho millones de ciudadanos salgan de la pobreza.

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