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ANALISTAS 23/09/2025

Centralismo: de Núñez a Petro, la misma catástrofe

Andrés Julián Rendón Cardona
Gobernador de Antioquia

Gran parte de la historia republicana de Colombia se puede contar en una palabra: centralismo. Desde la independencia en 1810, el dilema entre federalismo y centralismo no solo nos dividió, sino que alimentó las guerras civiles del siglo XIX. El federalismo intentó asomar la cabeza, pero fue borrado de un plumazo por la “Regeneración” de Rafael Núñez, quien sentenció: “regeneración o catástrofe”. Más de un siglo después, su dogma sigue vivo, y la catástrofe es la que padecen las regiones.

Ni siquiera con la Constitución de 1991, que prometió descentralización, se logró romper la hegemonía del Gobierno Nacional Central. GNC. Durante una década pareció que el país avanzaba: se garantizó a departamentos y municipios una participación de 46% en los ingresos de la Nación. Pero bastó una crisis económica y la voracidad del centro para revertirlo. Con los Actos Legislativos de 2001 y 2007, esa participación cayó a 20%. El resultado fue demoledor: $530 billones nunca llegaron a los territorios.

El centralismo ha sido la incubadora de casi todos los actores políticos en los últimos 140 años. Bajo su manto, se hicieron visibles, poderosos y llevaron algunas soluciones a cuentagotas a las regiones que decían representar. Muy pocos defendieron una descentralización real y, cuando lo hicieron -en la Constituyente de 1991 o con el más reciente Referendo de Autonomía Fiscal- fueron derrotados por las mayorías centralistas.

Ese referendo representaba una posibilidad histórica. Un grupo amplio y diverso de colombianos recogió 3,5 millones de firmas para que los impuestos de renta y patrimonio se quedaran en los departamentos. La propuesta era simple y justa: que cada región viviera de lo que produce y que la Nación dejara de gastar en exceso con la plata de otros. Con ese esquema, todos los territorios habrían duplicado sus ingresos frente a lo que hoy reciben por el Sistema General de Participaciones.

Pero la Comisión Primera del Senado frenó el proceso antes de que la ciudadanía lo decidiera en las urnas. Pesaron más las presiones del presidente Petro, de expresidentes y de ministros de Hacienda -todos férreos defensores del centralismo- que la tozuda realidad de la catástrofe regional causada por el modelo vigente.

El discurso en contra fue el mismo: descentralizar quebraría al Estado. Pero los números no sostienen el miedo. Como lo explicó el exdirector del DNP, Jorge Iván González, “el centralismo sabe sumar, pero no restar”. Si se hubiera aprobado el referendo, el Gobierno Central dejaba de recibir renta y patrimonio, sí, pero también dejaba de transferir duplicidades del SGP, además de retener 20% para la Dian y un fondo de convergencia. El déficit real habría sido de apenas 0,6% del PIB.

Los apologistas del centralismo siguen repitiendo el mantra de Núñez: “regeneración o catástrofe”. La verdad es que, 140 años después, lo único que nos ha dejado la centralización es pobreza en el Pacífico, el Caribe y la Amazonía, gasto sin freno en el Gobierno central y presidentes -Petro incluido- que se endeudan y culpan al espejo.

El centralismo fracasó. Es hora de reconocerlo y abrir paso a la autonomía fiscal que las regiones reclaman. Seguiré en ese camino.

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