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Pese a la irrefutable evidencia de los tempranos daños generalizados, atribuibles al populismo progresista en Colombia, muchos siguen respaldando el improvisado y peligroso designio del Gobierno actual de refundar la patria con ideas probadamente fracasadas. Al lado de una gran población engañada por una mezcla de ignorancia, mercadeo político efectivo y conocidos fallos y sesgos cognitivos explotados, existe un segmento mucho más nocivo por la autoconciencia de sus actos: los intelectuales. Personas con sobresalientes habilidades cognitivas, preparación académica de alta calidad y elementos de sobra para ejercer un pensamiento crítico, que activa o silenciosamente apoyan el extremismo ya totalmente desenmascarado de este Gobierno.
¿Quiénes son? Los rasgos de este segmento conocido como “los intelectuales” han sido ampliamente explorados en la literatura económica y política internacional. Thomas Sowell, un notable economista de Harvard, Columbia y la Universidad de Chicago, los define como personas cuyas ocupaciones tienen que ver principalmente con la producción de ideas (escritores, historiadores, filósofos, académicos, etc.) desligadas de su aplicación práctica. Por lo general, se consideran “ungidos” de un intelecto y una perspicacia superiores para guiar el destino de las masas. Sowell describe cómo, así como presentan ideas que parecen reflejar una comprensión coherente de cómo funciona el mundo, los intelectuales promueven ideas que conducen a conclusiones erróneas y resultados indeseables.
¿Por qué respaldan ideas nocivas pese a sus grandes capacidades intelectuales? Friedrich von Hayek, en su obra La arrogancia fatal: los errores del socialismo, resaltó cómo este respaldo parte del culto a la capacidad ilimitada del intelecto para llevar a cabo una “reconstrucción racional” de la realidad. El uso intensivo de la razón revela por qué muchas personas inteligentes y educadas apoyan ideas que chocan con las dinámicas de la realidad y ocasionan problemas peores que las “soluciones”, como las propuestas cotidianamente, con aires de novedad, por el Petrismo. Como dice Hayek, “estos intelectuales o profesionales de ideas de segunda mano, habiendo absorbido rumores en los corredores de la ciencia, se consideran a sí mismos como representantes del pensamiento moderno, personas superiores en conocimiento y virtud moral frente a cualquiera que mantenga una consideración por los valores tradicionales y como personas cuyo deber es ofrecer nuevas ideas al público y que, para que sus productos parezcan novedosos, ridiculizan lo convencional.”
Siendo capaces de prever las consecuencias negativas de las ideas marcadamente equivocadas, ¿por qué los intelectuales ignoran abiertamente sus efectos nefastos? La respuesta está en que, a pesar de su caparazón aparentemente racional, el núcleo de su accionar es el racionamiento motivado, estudiado por el psicólogo Jonathan Haidt. Emoción y razón son inseparables y la emoción -descrita como el elefante- es más fuerte y la razón -el débil jinete- solo busca justificaciones de la emoción. El razonamiento es motivado porque la información se interpreta sesgadamente para que concuerde con traumas, frustraciones, prejuicios, supersticiones o dogmatismos.
Por ello, como alguna vez se cuestionó Hayek, uno podría preguntarse si estos intelectuales apoyan ideas nocivas, “inspirados en el resentimiento de que, sabiendo mejor lo que “debería hacerse”, se les paga mucho menos que a aquellos que realmente solucionan los asuntos prácticos.” En pocas palabras, el intelectual usa el intelecto al servicio de la envidia.
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