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Analistas 05/03/2021

París, Texas

Andrés Caro
Candidato a doctor en derecho por la Universidad de Yale

El cambio climático llega con huracanes, con tormentas tropicales, con sequías. Va a llegar, también, con transformaciones permanentes, o que al tiempo y a las edades de los humanos van a parecer permanentes: con ciudades sumergidas y con el mar llegando a lugares lejanos, con el trópico extendido hacia el norte y hacia el sur, arrastrando sus mosquitos y sus frutas y su lluvia. Transformando para siempre el paisaje, va a deshacer páramos, va a convertir selvas en desiertos y, a veces, va a hacer que sitios secos y calientes se cubran de hielo.

Hace unos días, las llanuras de Texas, normalmente calientes, se cubrieron de nieve. La tormenta Uri trajo temperaturas heladas a ese Estado, preparado como está para el calor, pero cuyas instituciones –su administración, su red eléctrica, sus empresas de distribución y de servicios públicos– no estaban listas para afrontar una tormenta así. 14 millones de personas (la mitad de la gente de Texas) tuvieron que hervir agua para poder tomarla en el país más rico del mundo, y en el estado de Estados Unidos que más dióxido de carbono emite. Una abuela y sus nietos murieron en un incendio: intentando calentarse se quemó la casa en la que estaban. Aún no se sabe cómo calcular las muertes en Texas: personas murieron de frío o en incendios, personas murieron que no pudieron llegar a los hospitales. Ancianos y niños se murieron de frío.

El cambio climático va a llegar, así como a Texas, como una sorpresa, rompiendo el paisaje y transformándolo en su contrario. De hecho, algunos científicos están proponiendo que el clima de Texas durante Uri, que ha sido descrito como “ártico”, fue causado, precisamente, por el calentamiento del círculo polar ártico, lo que ha hecho variar las corrientes de aire y ha transformado el clima de todo el planeta.

Quizás lo más trágico de la tormenta de Texas ha sido la respuesta de los políticos republicanos. No hablo solamente del patético viaje del senador Ted Cruz a Cancún durante la tormenta. Hablo de los políticos republicanos que han culpado a las políticas contra el cambio climático de lo que ocurrió en Texas. Rick Perry, exgobernador del estado y (adivinen) ex secretario de energía de Trump, acusó a los molinos y a las turbinas de viento de un daño que es atribuible, más bien, a la red de distribución de gas. El actual gobernador, Greg Abbott, también republicano, les echó la culpa a los paneles solares. Todo esto, sumado a lo que dicen algunos comentaristas de Fox News y de otros medios extremistas, ha causado que entre los votantes republicanos se haya creado la idea de que las tecnologías renovables y las políticas de adaptación que aún no han sido implementadas son las causantes del daño que esas mismas políticas tratan de remediar. La mendacidad del Partido Republicano respecto al cambio climático ha hecho que Noam Chomsky los catalogue como la “organización más peligrosa de la historia”.

El enemigo perfecto de esta organización es el Acuerdo de París, que Obama impulsó, del que Trump sacó a Estados Unidos, y con el que Biden se volvió a comprometer. El acuerdo busca restringir el aumento de las temperaturas y de las emisiones de carbono para reducir al máximo el impacto catastrófico del cambio climático. Para los republicanos, este acuerdo representa todo lo que más odian: las organizaciones y los tratados internacionales, el gobierno de Obama, las energías renovables, los impuestos y la cooperación entre países. Me imagino que París representa, también, una idea de lo pomposo, de lo elitista, de lo intelectual, de lo extranjero, de lo más ajeno a la pedantería ignorante de Ted Cruz, el senador texano de Cancún, quien acusó a Biden de poner los intereses de los ciudadanos de París por encima de los de Pittsburg cuando el presidente se comprometió, de nuevo, con el Acuerdo.

Tal vez los Republicanos de Texas deberían dejar de preocuparse por los ciudadanos de París, Francia, y volver la mirada a París, Texas, una pequeña ciudad al norte de su estado, cuya temperatura durante la madrugada del 19 de febrero bajó a -13 grados. Es en ese lugar, París, Texas, y en sitios como ese donde se están jugando su futuro y el nuestro.

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