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Analistas 03/06/2020

La pandemia de la miseria

Abelardo De La Espriella
Abogado, empresario y escritor
ABELARDO-DE-LA-ESPRIELLA

El coronavirus nos está conduciendo hacia el abismo. La semana pasada, el director de Fedesarrollo, Luis Fernando Mejía, lanzó un trino que resume perfectamente el escenario económico nacional: “Datos de desempleo para abril hablan de una catástrofe económica: se perdieron 5,4 millones de empleos… La tasa de desempleo llega a 19,8%, subestimada sustancialmente por el aumento de la inactividad… La cuarentena es insostenible”.

Por cuenta de la pandemia, volvimos al mismo punto de hace 20 años, cuando el desempleo era de 20%. Empezamos este año con un desempleo de 10,5%, y, en menos de cuatro meses, esa tasa casi se duplicó. Una verdadera calamidad, difícilmente reversible en el corto plazo. En el planeta entero, el desempleo y la desaceleración son la constante, pero nuestra economía -aunque estable- no tiene la capacidad de resiliencia que poseen otros países.

Antes de que se desatara la crisis global, ya estábamos padeciendo los efectos de la caída del precio del petróleo, sumados a la dificultad que se ha registrado para aumentar la producción de hidrocarburos, como consecuencia de la absurda prohibición para la explotación a través de la implementación de procedimientos de estimulación hidráulica, conocidos con el nombre de fracking. Entonces nos llegó el covid-19 con un flujo de caja contraído. Sin espacio de tiempo para planificar la contingencia, la economía se paralizó.

Son muy pocas las empresas que pueden estar tranquilas. Algunas contaban con algo de reservas, pero el grueso ha visto un implacable azote en sus tesorerías. Cada día que pasa con el aparato productivo paralizado -o semiparalizado-, se traduce en decenas de miles de compatriotas condenados al desempleo, con lo que nos estamos enfrentando a una realidad espeluznante: más fuertes que las del coronavirus serán las secuelas de la depresión económica.

Hago un llamado a la sensatez: el encierro no puede continuar. Recuerdo que el primer confinamiento debía levantarse a finales del mes de abril; ya estamos en junio y aquí seguimos. Todas estas semanas han servido para generar conciencia frente a la importancia del autocuidado. Cada quien debe hacerse responsable de su propia salud, implementando las medidas que considere son suficientes para proteger su vida.

Si el confinamiento continúa, estaremos condenando a que, en el futuro inmediato, nuestra sociedad se vea obligada a hacerle frente a dos pandemias: la del coronavirus y la de la miseria que se está gestando aceleradamente en nuestro país, como corolario del prolongado cierre del aparato productivo nacional.

No podemos permitir que nos embargue el pánico con las estadísticas relacionadas con los contagios. Con o sin encierro, ese número seguirá aumentando. Esa es la cruda realidad, que, desafortunadamente, es irreversible. Así que es hora de que el Gobierno dé el paso definitivo, fije las pautas de salud pública que estime necesarias y levante el confinamiento.

No podemos cruzarnos de brazos ante la catástrofe económica que se registra en nuestro país. En cualquier empresa que esté sufriendo los efectos de este cataclismo, la eliminación de puestos de trabajo se produce en un abrir y cerrar de ojos, mientras que la generación de condiciones para crear un solo empleo nuevo puede tardar meses o años.

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