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ALTA GERENCIA

Larry Page asegura que en Silicon Valley hay poca visión de futuro e innovación

viernes, 21 de noviembre de 2014
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¿Sería el mundo un lugar más feliz si el 90% de la gente con empleo dejara hacer el trabajo a las máquinas? ¿Hay algún motivo por el que nosotros y nuestros hijos no podamos disfrutar algún día de energía barata aprovechando los beneficios de la fusión nuclear? Este es el tipo de preguntas que se plantea constantemente Larry Page. Con 41 años, el fundador y consejero delegado de Google está dejando atrás sus tareas habituales para centrarse en ideas más trascendentales. Tras la profunda reestructuración de su empresa, Page ha delegado la responsabilidad de gran parte del negocio en su equipo para poder dedicarse a los proyectos que más le interesan.

El mensaje: la empresa de Internet más poderosa del mundo está dispuesta a cambiar algunos de los beneficios de su monopolio en las búsquedas por una parte de la bonanza tecnológica del próximo siglo. Una década después de su debut en bolsa, la influencia y el poder económico de Google han despertado una reacción adversa, sobre todo en Europa, donde es objeto de investigación por posible abuso de poder.

No parece, sin embargo, que Page se haya desviado una pizca de los principios altruistas y de los ambiciosos proyectos que tanto él como su socio fundador, Sergey Brin, manifestaron desde el principio. "El objetivo social es nuestro principal fin. Desde Google siempre hemos intentado transmitir este mensaje, aunque puede que no hayamos tenido tanto éxito como nos gustaría".

Misión

Incluso la principal misión de Google, "organizar la información del mundo y hacer que sea accesible y útil universalmente" no es lo suficientemente ambiciosa para lo que Page tiene en mente. Su objetivo: utilizar el dinero que recauda de su negocio de publicidad derivado de las búsquedas para afianzar su posición en los principales sectores del futuro, desde la biotecnología a la robótica.

Ante la pregunta de si esto significa que la empresa tendría que renovar el mensaje de su misión, Page asegura: "Creo que sí, seguramente, aunque todavía no tenemos una idea clara".

Cuando le entrevisté en el cuartel general de Silicon Valley, Page se mostró, como es habitual en él, un tanto vacilante, lo que contrasta con la seguridad de la que suelen hacer gala personas de su talla. Sin duda, es consciente de la enorme responsabilidad que entraña dirigir una empresa de 55.000 empleados que sigue creciendo y está en el punto de mira. Aunque ahora elige sus palabras con más cuidado que antes, aparentemente sus ambiciones y su amplitud de miras siguen siendo las mismas. Como padre de dos hijos, asegura que ahora es más consciente de algunos aspectos claves como es el caso de la educación. Page está al frente de una de las empresas tecnológicas más poderosas del mundo en un momento de la historia en el que la avalancha de cambios tecnológicos amenaza con provocar una gran transformación social y empresarial. Con una liquidez que supera los 62.000 millones de dólares, el ejecutivo se pregunta cómo utilizar todos estos recursos para que tengan un impacto mucho más positivo en el mundo. Para los inversores de Google, que ahora desconfían de las apuestas de la empresa por el futuro a largo plazo, esto podría ser el principio.

En su opinión, en Silicon Valley, el epicentro del universo tecnológico, hay poca visión de futuro. El dinero que se destina al sector se guía por la promesa de rápidos beneficios. Page calcula que no habrá más de 50 inversores preocupados por las tecnologías más innovadoras que tienen el potencial de marcar una diferencia en nuestras vidas. El ejecutivo, cuya ambición y visión a largo plazo no tienen límites, lamenta que no haya suficientes instituciones, menos aún públicas, que piensen en aspectos innovadores.

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