Agregue a sus temas de interés

Agregue a sus temas de interés Cerrar

viernes, 24 de enero de 2014

Es verdaderamente difícil que en el seno de una sociedad en la cual hay tanto intolerancia como la hay en la colombiana pueda florecer una auténtica cultura de paz. Tenemos que comenzar por las bases primarias en la formación de la personalidad del ser humanos. Es decir, de una parte, se trata de un asunto primordialmente educativo y, de otra, son las familias -las cuales, como la Constitución señala, se reconocen como células fundamentales de la sociedad- las primeras obligadas a revisar la manera como venimos educando a nuestros niños y jóvenes. Una campaña emprendida hace algunos meses por la emisora virtual “La voz del Derecho” se funda en la siguiente frase: “La paz de un país comienza en los hogares”. 

En efecto, allí está el primer contacto del hombre con el mundo, y si ese niño crece y se desarrolla en medio de un clima de permanente disputa entre sus padres, o entre sus hermanos mayores; si lo que oye constantemente son los gritos, las expresiones insultantes u ofensivas, los mutuos reproches, los altercados, los desplantes; si presencia la violencia física o verbal del padre contra la madre y viceversa; si en la casa no se respira un ambiente de comprensión, diálogo, entendimiento, reconocimiento y respeto, sino que prevalecen los malos tratos, la intolerancia y hasta el odio…, si todo ello es así, ¿cómo vamos a esperar que el menor no vaya formando una segunda naturaleza violenta, agresiva, desafiante, resentida, egoísta? 

La mala formación en casa incide necesariamente en el mal comportamiento del menor en el colegio o en la escuela, y lo cierto es que en los últimos años allí han tomado fuerza conductas colectivas tan graves como el llamado “matoneo”, una modalidad de inconcebible violencia infantil y juvenil que nos debería tener muy preocupados. Es algo que, según psicólogos, desarrolla en los niños agresores lo que llamaban nuestros abuelos malos sentimientos, inclinación por la crueldad, indolencia y hasta satisfacción por el dolor ajeno; y en los agredidos el sentimiento de venganza, de revancha, la búsqueda del desquite, el deseo de ser agresor, aunado todo ello al conocido “…no se deje”, que, en boca de los padres, representa no sólo autorización sino estímulo y aun mandato de violencia. 

Desde luego, muchos de nuestros establecimientos educativos no se distinguen precisamente por crear un clima de paz, porque en su interior no faltan los que consideran agotada su labor educativa con la mecánica transmisión de conocimientos y la asignación de calificaciones, descuidando la formación integral de la personalidad y el carácter de los alumnos. 

Pensar en la paz de Colombia, que todos anhelamos, no termina en las negociaciones de La Habana. Esa es solamente una parte. Lo que se requiere es generar una conciencia colectiva de paz, desde los primeros años de vida de la persona. Paz, a partir de la educación. 

LA REPÚBLICA +

Registrándose puede personalizar sus contenidos, administrar sus temas de interés, programar sus notificaciones y acceder a la portada en la versión digital.