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jueves, 16 de noviembre de 2017

“El poder de gravar con impuestos también implica el poder de destruir” es una de las frases de quien fuera por mucho tiempo el presidente de la Corte Suprema de los Estados Unidos, John Marshall.

Resulta curioso cómo los políticos continuamente ignoran un principio básico de la economía: mientras más costoso sea el proceso productivo menos incentivos hay para llevarlo a cabo.

Por ejemplo, para muchos políticos es claro que un impuesto a las bolsas plásticas desincentiva su consumo y producción, pero no entienden que los tributos que gravan el trabajo y la actividad empresarial (llámense contribuciones o impuestos) generan el mismo efecto negativo sobre la creación de puestos de trabajo y la productividad.

En el afán de obtener un mayor recaudo que permita el sostenimiento de un sector público gigantesco, algunos países desarrollados han venido no solo incrementando sus tasas impositivas, sino que también han intentado unificarlas para evitar que sus empresas emigren su proceso productivo a un país de menor imposición.

Cada vez es más común que algunos estados y organizaciones internacionales como la Ocde aboguen por una estandarización fiscal y condenen de cierta forma la disminución de tasas fiscales de algunos países.

Con un crecimiento económico de apenas 2% en 2016 y de 1,2% en lo que va de 2017, Colombia debe mirar hacia otro lado e imitar otros modelos si quiere aumentar su productividad y salir de la difícil situación económica en la que se encuentra.

Cuesta comprender que con lo poco que está produciendo Colombia la tasa de impuesto corporativo llegue a 40% y que con lo desacelerado que se encuentra el consumo tengamos un IVA de 19%.

Hay mucho por imitar, Irlanda, por ejemplo, hace 30 años era uno de los países más pobres de Europa, sin embargo, un proceso de desregularización de sus mercados lo llevó a ser hoy el segundo país con la renta cápita más alta de la Eurozona reduciendo en forma drástica sus índices de pobreza.

Dicho país redujo primero su tarifa del impuesto corporativo de 40% a 20% y posteriormente pasó a 12,5% en 2003 (la más baja de los países desarrollados).

Un proceso similar de incentivo a la productividad y de desregularización de mercados lo vivió Singapur, país que cuenta una tarifa de impuesto corporativo de 18%, hoy en día cuenta con la mayor renta per cápita del mundo y una tasa de paro inferior a 2%.

Suecia redujo su tasa de impuesto sobre sociedades de 40% a 22% en los años 90 y ofrece importantes incentivos tributarios a los emprendedores. En Estados Unidos el presidente Trump está en proceso de reducir el impuesto corporativo de 35% a 15%.

El próximo gobierno debe meterle mano a la actual legislación fiscal y reducir la tasa del impuesto corporativo de 40% a 25% como máximo.

Reactivar el consumo también es importante, por lo tanto, debemos retornar a la tarifa de IVA del 16% o incluso llegar a una tarifa única del 15% eliminando bienes y servicios excluidos y creando un mecanismo de devolución del IVA para los más pobres que ha funcionado en otros países.

Obviamente para que lo anterior sea viable debe acompañarse de una reducción sustancial del gasto público y de una desregularización de los mercados apostándole al emprendimiento y a la productividad.