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lunes, 23 de octubre de 2017

Ya pasó un año del plebiscito, la Jurisdicción Especial de Paz es un hecho y los Acuerdos de la Habana se están implementando. El sapo nos lo tragamos, sí, porque es mejor cesar hostilidades, detener la guerra y dejar de contar muertos. Es hora de aceptar que Colombia dio el paso al cambio y que por mucho que incomode a algunos, no podemos seguir lamiéndonos las heridas del pasado ni cultivando venganzas personales.

Tal vez no resulte cómodo que haya amnistías. Probablemente, si Colombia no hubiera durado tanto tiempo en conflicto ni sumergida en la crisis institucional, que aún persiste, podríamos, por ingenuo que parezca, esperar que quienes violaron la ley y atentaron contra la población civil sean juzgados y sancionados “con todo el peso de la ley”, pero no es así. Este es un país con tantas fracturas que ni aferrándonos a las instituciones iba a ser posible superar una situación que por más de cincuenta años ambientó la historia.

Hoy, atragantados con tanto sapo en pos de la paz, debemos empezar a construir un nuevo futuro. El pasado y sus horrores va a quedar en los libros de historia y en la memoria de quienes de una u otra manera lo vivimos, pero la memoria es débil (y más la de los colombianos) y eso, por mucho que nos moleste es, ahora sí, nuestra mayor ventaja para que sea el futuro la oportunidad de resolver los problemas estructurales que llevaron al país a dividirse. Debemos pensar en el presente para que nuestro futuro sea cuando menos decente y decoroso, dejar de trasladar responsabilidades a terceros y asumir cada uno de nosotros, como ciudadanos y miembros de una comunidad, nuestra responsabilidad en esa búsqueda de la “paz estable y duradera” que nos prometieron.

Más allá de sistemas de justicia transicional, de esperar que otros hagan por nosotros los cambios, que promuevan leyes e incluso nuevas constituciones y que seamos más responsables a la hora de depositar un voto, tenemos que reeducarnos y educar a los más jóvenes para convivir en paz, por muy trillado que suene.

Curiosamente la semana pasada vimos como quienes están investidos del poder de representarnos como sociedad y crear las leyes que regularán nuestro futuro, se lanzaron indiscriminadamente acusaciones de todos los calibres. “El que esté libre de pecado que lance la primera piedra” fue una de las frases que desatinadamente fueron lanzadas, demostrando que mientras unos y otros se preocupan más por ganar batallas personales, nosotros, los representados y al mismo tiempo espectadores, nos mantenemos inmóviles imnotizados con una pelea de la cual no hacemos parte y poco aporta de manera constructiva. No me cabe duda de que creer que en manos de nuestros representantes está la famosa paz no es el camino.

Sonará de libro de autoayuda esto que digo, pero es hora de que empecemos por lo menos a procurar con cada una de nuestras acciones cotidianas a generar pequeños cambios. En definitiva las leyes fueron creadas para regular los comportamientos sociales, entonces ¿por qué no, como individuos miembros de una sociedad, empezamos por auto regular nuestros comportamientos nocivos para la sana convivencia? Cosas tan simples como respetar las señales de tránsito o dejar de repetir como verdades frases tan nocivas como que “al lado del enfermo come el alentado” para resaltar que siempre habrá quien saque provecho del débil y, al mismo tiempo, dejar de ser el alentado que se alimenta a costa del enfermo como si viviéramos en estado de naturaleza y nos correspodiera eliminar al débil en lugar de protegerlo para preservar la especie (que lejos está de extinguirse), son un ejemplo de esas pequeñas cosas que están en nuestras manos y no podemos delegar a nuestros dirigentes para cambiar esa estructura de pensamiento que tan lejos nos tiene de la paz que tanto nos prometieron.

Cuál va a ser el resultado del experimento del post conflicto, no sabemos. Podemos ser tan escépticos como queramos, pero solo si en nuestro entorno directo empezamos a desaprender la ilicitud, corrupción y violencia normalizadas podremos, a pesar de cualquier fracaso político, empezar a generar otro tipo de conciencia y comportamiento que a la larga sí nos lleve a ese ideal prometido de paz o por lo menos de armonía y libertad.