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lunes, 30 de octubre de 2017

Hace unos meses tuve la fortuna de participar en el evento de premiación que la Fundación Mujeres de Éxito realiza cada dos años. Este año, me impactó que una de las mujeres premiadas por su aporte al desarrollo del país, específicamente por su labor desarrollada en los Montes de María, afirmaba sin temor que “la violencia fue aprendida, ahora tenemos que reeducarnos en la paz y desaprender la violencia”. Esta mujer que desarrolló un proyecto educativo en una de las zonas más azotadas por la violencia en nuestro país y que desde su actividad busca que los niños y jóvenes se eduquen, sean competitivos y olviden el pasado violento que moldeó la neurosis general que llevó a todo un pueblo a normalizar conductas violentas es Dilia Mejía y su proyecto “Currículo Pedagogía y Didáctica hacia la Educación para La Paz”.

Dilia entendió que el desarrollo debe estar alejado de conductas violentas y desproporcionadas, entendió que sí es necesario educar a los jóvenes para darles herramientas pacíficas y asertivas para solucionar sus conflictos y convivir en armonía sin necesidad de acudir a la fuerza. Es un proyecto hermoso y esperanzador para quienes como yo creemos en la gente y en su poder transformador.

Y es que el uso de la violencia, tan normalizado y a la mano, es, sin duda, uno de los anti valores sobre los que nuestra sociedad se ha construido. Eventos tan desafortunados como los de la semana pasada en Bogotá en donde vimos como una cuadrilla de policías arremeten contra mujeres y niños indígenas a los golpes, bajo la supuesta justificación de que estaban violando una norma al colarse en Transmilenio, nos demuestra que, como dice Dilia, la violencia es estructural y hay que desaprenderla.

Resulta doloroso e indignante que, quienes deben proteger a los ciudadanos sean quienes emplean la violencia desproporcionada en contra de ellos. ¿Realmente es a los golpes la única forma en que pueden implementarse correctivos? ¿Acaso la policía no cuenta con otro tipo de mecanismos para sancionar a los infractores?

La situación que vimos tiene tantos matices que merece no sólo que haya una investigación disciplinaria junto a su respectiva sanción a cada uno de los policías que abusaron de su autoridad, sino que también nos lleva a reflexionar sobre lo que condujo a estos policías a golpear sin compasión a este grupo de mujeres y niños.

Quiero pensar que los golpes que les propinaron no están relacionados con una retrógrada e ignorante mentalidad colonial y neogranadina que entiende al indígena como un animal que puede ser castigado a los golpes. No, en pleno siglo XXI no puede ser posible que haya quien persista en ese pensamiento esclavista. Creo que es más viable que semejante conducta sea producto de la normalización de la violencia y el desconocimiento de los límites de la fuerza pública y esto es mucho más preocupante. Recordemos que se conoce como fuerza pública porque es en los miembros de estas instituciones (policía y ejército) que el Estado ejerce el monopolio de la fuerza.
Nos hemos acostumbrado a que diariamente hay noticias de abuso policial.

Vemos como miembros del Esmad golpean a manifestantes de todas las clases: campesinos, estudiantes, grafiteros, profesores. Vemos como policías golpean e incluso han matado personas por estar violando la ley. ¿Esperamos que la policía en ejercicio de sus funciones mate civiles? ¿Realmente la función de la policía está por encima de los principios generales de respeto a la dignidad humana y proporcionalidad?

Lo qué pasó esta semana, como otros tantos eventos que involucran a la policía no son un indicador de cómo opera toda una institución, pero si son una alarma para que, como Dilia hace en los Montes de María, la Policía Nacional reeduque a sus miembros para desaprendan la violencia, que el uso de la fuerza sea la última opción y que en caso de que haya que ejercerla, sea de forma proporcionada y controlada. El otro que aparece en los videos golpeado, puede ser usted mañana. Si no se limita el uso de la fuerza hoy, todos podemos ser agredidos mañana.