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miércoles, 13 de septiembre de 2017

Hace unas semanas, escribí en estas mismas páginas una columna sobre cómo en el futuro el derecho de la competencia y el de la protección de datos deberán entenderse mejor para afrontar retos en común. Mencioné, de pasada, que las bases de datos personales (o big data) recaudadas por las grandes empresas de internet (como Facebook, Google o Amazon) podían conformar una instalación esencial sin la cual los potenciales entrantes al mercado en cuestión no podrían competir en igualdad de condiciones con esas empresas incumbentes.

Recordemos que las instalaciones esenciales son activos sin los cuales una empresa no puede competir en el mercado viablemente y que no son fácilmente reproducibles. El ejemplo típico de instalación esencial serían los slots de un aeropuerto, sin los cuales una aerolínea no puede servir una ruta determinada que involucre al aeropuerto en cuestión.

Algunos ya han planteado que este es efectivamente el caso, sobre todo tras el cacareado artículo de The Economist al respecto. Si al big data le agregamos el hecho que estos mercados presentan características de doble cara (las empresas actúan como plataformas entre usuarios y anunciantes -quienes pagan a la plataforma por los anuncios-) y efectos en red (los usuarios quieren estar en las redes donde puedan encontrar a sus allegados -y, a su vez, los anunciantes quieren estar en las redes donde hay más usuarios-). El big data permite a las plataformas direccionar los anuncios a los usuarios de manera más certera, aumentando las probabilidades de que el mensaje publicitario llegue a potenciales consumidores y se eleve la demanda del producto anunciado. Por el contrario, una plataforma entrante con pocos usuarios y pocos datos personales para explotar, es poco atractivo para los anunciantes y no será económicamente viable. Una de esas voces es la de Nick Srnicek, quien ha propuesto en The Guardian nacionalizar estas plataformas para atajar sus posiciones incontestables en sus mercados.

Sin embargo, también hay voces contrarias que dicen que esta teoría no ha sido demostrada aún, como las de Evans y Schmalensee. Estos economistas sostienen que no ha sido explicado, ni teórica ni empíricamente, que el éxito de estas empresas es debido a la ventaja explicada arriba y no, por ejemplo, a su mayor eficiencia o innovación en comparación con otros competidores.

Además, esa teoría tampoco podría explicar cómo plataformas como la de Blackberry, que en su día dominaba el mercado de los celulares inteligentes con su plataforma, perdió su clara dominancia en el mercado ostentada antes de la llegada del conocido iPhone.

Por otro lado, si el big data y los efectos en red fuesen suficientes para mantener la dominancia en los mercados, estas empresas no destinarían bastas sumas de dinero a adquirir start-ups que en un futuro podrían contestar esas posiciones de dominancia. Recordemos aquí que, por ejemplo, Facebook adquirió WhatsApp por US$19.000 millones en 2014. Tampoco tiene en cuenta que los usuarios pueden usar (y usan) varias plataformas al mismo tiempo: pueden hacer la compra en Amazon y revisar las noticias en Google News, por ejemplo.

En definitiva, lo único que quiero dejar claro en esta columna es que sobre este tema aún no hay una conclusión clara en un sentido u otro. Como hemos visto, existen argumentos válidos que confirman y desmienten la dominancia surtida a raíz de la explotación de datos personales y los efectos en red.