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sábado, 11 de agosto de 2012

Somos una sociedad conjugada en muchas formas de violencia: violencia de la mujer abusada por el macho que con el despliegue de su fuerza oculta su inseguridad rectilínea a la curva voluptuosa.

Violencia del desplazamiento que arranca la propiedad, el trabajo, la dignidad al hombre, la mujer y el niño que ven reducida su posibilidad de existencia a aquello que pueden salvar en la huida que trasmuta su condición de propietarios en pordioseros; violencia en la niña prostituida, en la mujer yaciente en el quirófano que persiguiendo un prototipo de belleza perdió su vida; violencia en el suicida que encuentra en la muerte el escape al maltrato de sus compañeros; violencia de la riqueza ostentosa; violencia del consumo opulento que paga por un objeto lo que para otros representa generaciones de trabajo; violencia del blindado que salta la luz roja; violencia de quien aduce una calidad para no someterse a la ley; violencia de la pobreza sin pudor; violencia de quien exhibe sus llagas para obtener limosna; violencia del hacinamiento carcelario; violencia del patrono que se prevale de la necesidad de su trabajador; violencia de las barras que convierten en sangre el festejo del gol; violencia del zorrero que golpea al animal que bien le sirve; violencia de la guerrilla, del paramilitarismo, de las bandas criminales; violencia de quien intercepta, espía y amenaza; violencia del cultivo ilícito contra la madre tierra y de la aspersión aérea para extinguirlo; violencia del hombre que le quita al río su cauce y del rio que inunda en recobro de lo propio; violencia, violencia

La violencia deja viudas y huérfanos, deja huellas, cicatrices imborrables de un perdón que no olvida, de un rencor que se acumula exponencialmente.Fuimos violentamente conquistados y colonizados; cobramos independencia violentamente, construimos una república en la lucha de facciones; tuvimos una guerra de mil días a los que siguieron cientos de miles de días de violencia en todas sus formas. De El Santuario a Berruecos, de Soacha al Puente Aéreo. Una carretera, un avión, una avenida, el campo, la ciudad, han sido todos escenarios de violencia. Violencia declarada, violencia camuflada. Palabra, gestos, ademanes, vocabulario de violencia; violencia en todos sus matices.

Nuestra sociedad es un cuerpo famélico, anémico por tanta sangre derramada. Toda esperanza ha sido arrebatada por la violencia: Uribe Uribe, Gaitán, Galán, Pizarro, Bernardo Jaramillo, Gómez Hurtado, hoy nombres inscritos en lápidas que sepultan esperanzas.

Cuando la violencia se difunde hasta llegar a los vasos capilares, a lo más íntimo de nuestro tejido social, no hay cárceles que alcancen, no hay continente en que quepan los violentos.

La violencia es el ejercicio irracional de la fuerza producida por el hastió de no tener posibilidades; hay violencia en quien busca reconocimiento político, social y económico y violencia en quien cierra los espacios. Ante la hecatombe producida por la violencia, la paz es una alucinación de un constituyente hastiado que creyó que su consagración tendría la capacidad de exorcizar la violencia.

Expulsar la violencia no es cuestión de normas, es cuestión de cultura, de nuestra forma de vernos y ver al otro, de observar y ser observados, de aumentar nuestro repertorio de respuestas para superar la instintiva de la agresión y defensa. La cultura de la tolerancia se funda en el reconocimiento de la dignidad del otro como posibilidad distinta, como alternativa enriquecedora.

Fernando Álvarez Rojas

abogado

fernandoalvarezrojas@hotmail.com
 

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