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Analistas 14/01/2022

Tecnología “engañosa”

Ignacio-Iglesias

Antes de comenzar con esta columna, una aclaración: desde mi salida del mundo corporativo hace poco más de un año, he tenido la gran fortuna de conocer personas brillantes y lúcidas que están desarrollando emprendimientos basados en plataformas tecnológicas, realmente interesantes y que me han abierto la mente a entender los negocios de una manera diferente a como los entendía hasta hace muy poco.

Hay veces que esa lucidez y claridad tan tajante a la hora de explicar para qué hacen lo que hacen, les hace parecer intransigentes e incluso tozudos, pero en la mayor parte de los casos es simplemente fruto de su convicción y en cierta medida, quizás, de su juventud. En mi caso, cada día aprendo cosas de todos ellos.

Dicho lo anterior y aprovechando una nueva edición de la feria de tecnología CES en Las Vegas, la más importante del mundo, donde se muestran todo tipo de artilugios, plataformas, iniciativas que sin duda, según los expositores, no sólo van a ser parte de nuestra vida, sino que estamos “muertos” si no nos sumamos a ellas, me gustaría compartir con vosotros mi punto de vista sobre este mundo de la tecnología disruptiva que desde hace unos años es cierto que está cambiando nuestras vidas, aunque no siempre para mejor.

En esto días ha aparecido en un gran número de medios la condena que se le ha impuesto a Elizabeth Holmes, fundadora de la empresa Theranos, por engaño reiterado a sus usuarios e inversores. La “propuesta de valor” de su compañía era la capacidad de, con una gota de sangre, poder acceder a un gran número de diagnósticos sobre la salud de las personas. Dicha propuesta no sólo se ha demostrado que era falsa, sino que además proporcionaba datos erróneos, con el impacto que eso tenía sobre las personas afectadas.

Hasta llegar a ese momento donde se empezó a “destapar el pastel”, Theranos era vista como el mayor de los ejemplos de lo que suponía el floreciente desarrollo de multitud de emprendimientos tecnológicos en diversos ámbitos de actividad, que se estaban lanzando en Silicon Valley y que iban a transformar y facilitar nuestras vidas. Con un componente añadido: pareciera que solo un determinado perfil de persona: milenial, agresivo, transgresor en sus formas, un tanto embaucador en sus palabras y con un punto de soberbia y displicencia hacia lo establecido, era el llamado a liderar esa revolución.

Este discurso cuajó y sigue cuajando entre un gran número de personas y muchas corporaciones que, de una u otra manera han intentado o están intentando subirse a esa ola y estoy firmemente convencido de que, con cautela y sin denostar lo que han logrado antaño, les va a ayudar a afrontar el futuro con mucho más optimismo y garantía de éxito, porque, como he comentado al inicio de este artículo, es muy a tener en cuenta como estas start-ups son capaces de abordar los problemas de las personas de una manera muy diferente. Esto sin olvidar que estas nuevas empresas, de una u otra manera, son en muchos casos competidores directos de las mencionadas grandes corporaciones.

Sin embargo, lo que no podemos hacer ni las empresas ni el resto de los mortales, muchas veces bombardeados impunemente por ciertos medios de comunicación, es “perder el norte” y no tratar de manera fría y racional todo lo que supone esta revolución tecnológica, que nos enmaraña y nos puede generar una dependencia tan perjudicial como la peor de las drogas. Ojo con dejarnos llevar de manera tan desaforada por las modas y por los titulares rimbombantes que, en muchas ocasiones, analizando con algo de detalle lo que hay detrás de los mismos, encontramos más sombras que luces. No seamos tan fácilmente impresionables por favor; analicemos las cosas con espíritu crítico y distancia antes de tomar alguna decisión de la que quizás nos podamos arrepentir.

Voy a poner un ejemplo de lo anterior. Desde que hace unos meses el tan afamado como vilipendiado, con razón por otro lado, Zuckenberg hiciera una presentación de la que ahora es su “nueva” compañía, Meta, parece que no haya otro tema de conversación en muchas de las principales empresas (marcas) y agencias de publicidad en cualquier parte del mundo. Como si el mencionado personaje hubiera descubierto algo nuevo. Quizás habría que recordarle a él y a otros muchos “fanáticos” que el tema de los mundos virtuales, de la creación de “otras vidas” paralelas a las que cada uno de nosotros tenemos, es algo que ya existe desde hace muchos años; incluso desde finales del siglo pasado. Ha habido proyectos con inversiones ingentes de dinero como Second Life por ejemplo, que intentaron realizar algo al respecto y fracasaron estrepitosamente.

Con esto, no digo ni mucho menos, que ridiculicemos ni menospreciemos iniciativas de estas características, pero sí que las analicemos con pies de plomo y no nos dejemos llevar por la grandiosidad de los grandes titulares, inflados más si caben al venir de quien vienen, como es el caso, por las modas o por las ganas de parecer diferentes e innovadores antes que nadie. En este caso el dicho “quien da primero da dos veces”, no creo que aplique.

Ha faltado tiempo para que marcas de reconocido prestigio y credibilidad se lancen a una búsqueda inmediata y desesperada de fórmulas innovadoras para estar presente en ese nuevo mundo virtual. Agencias de publicidad que “a bombo y platillo” hablen de crear divisiones, áreas para desarrollar estrategias para sus clientes encaminadas a ser exitosos en este nuevo mundo, como si la carrera fuera una prueba de velocidad y quien no esté en la línea de salida ya, se vaya a quedar fuera; paciencia y mente fría, ante todo. Pero fórmulas y estrategias…, ¿sobre qué?, ¡si nadie sabe hasta donde se va a poder llegar en ese otro mundo! Ese Metaverso es muy posible que llegue, pero no creo que sea ni hoy ni mañana.

Estamos ante una carrera de fondo donde lo que hay que hacer no es salir el primero, sino llegar de la
mejor y más consistente manera a la meta (no al Meta); sin prisa. Analizando cómo se van resolviendo muchas de las dudas que gente muy cualificada pone encima de la mesa sobre esta tecnología, cómo la legislación va a proteger la integridad y privacidad de las personas que entren en ese nuevo ecosistema, en las implicaciones morales que puede tener en la vida real de las personas ese mundo virtual, a qué contenidos se va a poder acceder, cómo (las famosas gafas) y a qué precio…
Sinceramente creo que nos estamos precipitando por salir a la vanguardia de algo que todavía no es.

De momento sigamos disfrutando de nuestra vida “real” que ya de por sí tiene todavía mucho por descubrir, antes que meternos en la gestión de una “segunda vida” que, a día de hoy, es un mar de incógnitas con más incertidumbres que certezas.

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