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Analistas 16/09/2021

Termodinámica económica

Germán Eduardo Vargas
Catedrático/Columnista

La termodinámica relaciona la energía (capacidad para producir trabajo) y la entropía (medida de caos). Aunque su aplicación revolucionó la economía, gracias a la ingeniería, los agentes del mercado ignoran que la expansión se estanca cuando las brechas degradan al sistema. La crisis capitalista es inercial.

Deberíamos extrapolar el Principio de Conservación de la Energía en el dinero: no debería crearse ni destruirse, solo transformarse. Esa norma la contravienen las artificiosas métricas tradicionales, como la TIR o el PIB, y las «deudas» que inventaron para suplir la insuficiencia de recursos. La plusvalía, además, determinó la involución de nuestra fetichista especie, Homo Œconomicus, interponiendo la «K» que representa la divergencia social de la deshumanizada función monetarista («money-monKey»),

Como alternativa, considere la Teoría del Valor-Trabajo; también la polémica Ley Cero (Equilibrio Térmico), que neutralizaría las diferencias percibidas, porque la naturaleza acondiciona redistribuyendo. Corolario, nuestro modelo de referencia no debería ser más darwinista que socialista.

Mientras ocurren esos cambios macro, contribuya a intervenir la «gaseosa» dinámica organizacional, que sería «ideal» si no hubiera mayor atracción que repulsión entre quienes interactúan. También propongo parafrasear la Ley de Parkinson (The Economist, 1955): dado que el trabajo es proporcional a la «presión», podríamos eliminar recursos ociosos «comprimiendo» la jornada.

Volviendo al principio, el trabajo se «creó y destruyó»: pero no se transformó. Ley de Ashby, los reportes «agregan carga» laboral; la supervisión introduce ruido, porque la gestión del desempeño opera como teléfono roto, y el retrabajo es su producto. Colmo de males, defraudan las ostentosas o rocambolescas consultorías que instituimos para adoptar «mejores» prácticas y «agregar valor».

Sin atender al desempleo tecnológico comprobamos la Paradoja de Solow, que advertía el espurio beneficio de la automatización en nuestra productividad (We’d Better Watch Out, 1987). Esto también evoca al ‘Problema de la Medida’, que desde el universo cuántico refleja cómo alteramos los sistemas que analizamos; así, mientras Drucker sostenía que lo que no se mide no se puede controlar-mejorar, la Ley de Goodhart establece que cuando un indicador se convierte en objetivo, deja de ser buena medida.

Así contaminamos la meritocracia, pues sofisticamos la incompetencia promoviendo al «mejor» vendedor (Promotions and the Peter Principle, 2018). Todo sería menos complicado si asumiéramos responsabilidades consecuentes con nuestras capacidades y propósitos superiores, y elimináramos los privilegios, incentivos y salarios diferenciales, que «recalientan» la convivencia organizacional y la inequidad, sin agregar valor real.

Ley de Kaplan (The conduct of inquiry: methodology for behavioral science, 1964), cada moda tecnológica o gerencial impone un martillo para dar martillazos: no integrar reformas de fondo. Por eso permanecemos confrontados, instrumentalizados y adaptando conductas antinaturales -corruptas, inhumanas o sociópatas-.

Tanta «destrucción creativa» (Capitalism, Socialism, and Democracy, 1942) no fue innovadora; incluso, ha sido absurda. Aprendamos de Bartleby (Melville, 1853), porque deberíamos preferir no seguir haciendo lo mismo. Es autodestructivo.

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