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Analistas 13/05/2021

El niño de Medellín

Analista LR

Lamento tener que comenzar dando aclaraciones, pues en Colombia todos estamos bajo sospecha: no conozco a JBalvin, nunca he escrito nada sobre él y lo más cerca que lo he sentido ha sido a través de su documental en Amazon Video, titulado “El niño de Medellín”.

Es más, no creo que haga falta ni que él me conozca ni que yo haya sido su amigo, porque JBalvin representa, más que a un artista famoso y exitoso, a un país sometido a depresión permanente y sin medicación que, en ocasiones, encuentra en la música y el deporte, por ejemplo, una válvula de escape a tanta insensatez y polarización.

José Álvaro Osorio Balvín, el ciudadano al que la fama lo convirtió en JBalvin, es el mismo de muchos otros jóvenes que siguen soñando un país en paz, reconciliado y unido en torno a propósitos superiores, pero que algunos pretenden instrumentalizar para conseguir fines individuales. No es la primera vez que pasa ni será la última y menos será JBalvin el único que lo sufra.

De hecho, ya lo está sufriendo. Tal como le pasó en 2019, cuando preparaba el concierto que él mismo catalogó como el “más importante de su carrera” pues lo haría en su natal Medellín. Solo que por razones ajenas a su voluntad y con otro telón de fondo al que quería, la ciudad y el país enfrentaban, como pasa ahora, una protesta social contra el mismo gobierno de turno.

En ese momento y ahora, a JBalvin, el reguetonero, le han exigido perder su condición de ciudadano y tomar partido por alguno de los extremos, esos mismos que a estas horas se apertrechan desde las orillas para incentivar el caos. No les ha sido suficiente tildarlo de “tibio”, matonearlo en las redes sociales, desconocer sus derechos, sino condenarlo a la lapidación pública por el simple hecho de querer ser neutral, no cómplice ni de uno ni de otro extremo.

Así, como congelados en el tiempo, porque el documental parece estar rodando en estos momentos de convulsión social, JBalvin no es el cantante ni el ciudadano que queremos que sea, porque el papel que asuma, definitivamente, lo llevará a alguno de esos extremos.

Prefiero quedarme con el original. Sí. Ese muchacho de comuna que nunca dejó de soñar, tal como lo hacen cientos de millones de jóvenes por todo el país, sometidos a la represión por reclamar sus derechos y a la depresión por comprobar que éstos están cada vez más lejos y pisoteados, pero que encuentran en JBalvin o en José Álvaro, un motivo para no desfallecer o, que es lo mismo, derrotar el olvido.

JBalvin es en sí mismo una metáfora no solo de Medellín sino de Colombia. Una inmensa riqueza y diversidad cultural, valorada más por lo que tiene y no por lo que es; un inmenso talento que se agota dentro de fantasmas ajenos; una extraordinaria capacidad para seguir adelante en medio de las tempestades y, por supuesto, una generación de jóvenes que se resiste a aceptar que los únicos caminos que les son permitidos son los de participar de la guerra, es decir, tomar partido, o morir como apátrida.

JBalvin ya esquivó el segundo, pero ojalá no se deje llevar por el primero, porque si algo le ha faltado a Colombia para mitigar tanta desolación y muerte ha sido, precisamente, saber cuándo es mejor guardar silencio, no por miedo ni complicidad, sino por inteligencia. Esa que tanta falta hace cuando arrecia la insensatez.

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