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Analistas 05/12/2020

Es muy caro ser pobre…

Alfonso Aza Jácome
Profesor de Inalde Business School
Analista LR

Recuerdo que hace algunos años, mientras iba por la calle acompañado por un amigo, decidí comprar unos aguacates a un vendedor ambulante y comencé a regatear el precio. Después de la compra, mi amigo me hizo caer en la cuenta de que es elogiable negociar con los ricos y poderosos; pero no lo es tanto con los que subsisten gracias a un trabajo informal. Creo que nunca olvidaré esa lección.

Desafortunadamente, la vida es menos benévola que mi amigo. En estos días, por ejemplo, es habitual encontrar migrantes venezolanos deambulando por las calles de Bogotá, pidiendo ayuda para cubrir sus gastos. Son personas que, literalmente, viven al día. Si no consiguen ingresos, no comen o les toca dormir en la calle. En ocasiones, he aprovechado para preguntarles dónde viven y cuánto pagan por su alojamiento. La mayoría me responde que vive en barrios populares de la ciudad. Por lo general, les arriendan una habitación de pocos metros cuadrados, sin muebles y, a veces, con baño. La cocina suele ser compartida entre todas las familias que conviven en la misma casa, pagando previamente por su uso. Son los llamados “inquilinatos” para gente de escasos recursos.

Sin embargo, hay una gran paradoja en esta situación: al mensualizar la cantidad que pagan diariamente por su alojamiento, el costo del metro cuadrado es más alto que el de los mejores barrios de Bogotá.

Y este no es el único ejemplo. Lo mismo sucede con los productos de consumo, como los artículos de aseo personal o los alimentos. En esos barrios las tiendas “ajustan” el producto al flujo de caja de sus clientes. Así, es posible comprar las salchichas por unidades o, incluso, una cucharada de aceite. Evidentemente, en los grandes supermercados de los sectores más pudientes se consiguen los mismos productos a un precio “unitario” mucho más barato, aunque, ahí nadie compra las salchichas por unidades…

Pero el caso más chocante está en el acceso al crédito para las personas pobres. Las tasas de interés de un préstamo informal como los “pagadiario” o el “gota a gota” sobrepasan enormemente la tasa de usura. El vendedor de aguacates de mi historia, al amanecer recibe de un prestamista unos miles de pesos con los que adquiere un bulto de aguacates en Corabastos, pero, al final del día deberá pagar al prestamista el valor del crédito con un incremento de, aproximadamente, el 10% diario. Esta persona está atrapada en un modelo de subsistencia que no le permitirá ahorrar jamás. Toda su vida trabajará para otros.

Hay reglas económicas que resultaron eficaces para el crecimiento, pero no así para el desarrollo humano. Cuando decimos que el mundo moderno redujo la pobreza, lo hacemos midiéndola con criterios de otras épocas no comparables con la realidad actual. En otros tiempos, por ejemplo, no tener acceso a la energía eléctrica o al crédito no era considerado un signo de pobreza ni generaba angustia. La pobreza siempre se analiza y se entiende en el contexto de las posibilidades reales de un momento histórico concreto. El mundo moderno aumentó la riqueza, pero con inequidad y, de esta manera, surgen “nuevas pobrezas”. Por eso, hoy encontramos numerosas contradicciones y persisten diversas formas de injusticia, nutridas por visiones reductivas y por un modelo económico basado en las ganancias, que no duda en explotar a los demás.

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