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Si descontamos que el país puede asimilar los bajos precios del petróleo, queda el Covid-19 como algo para enfrentar y no hay otra manera de hacerlo que verlo como una oportunidad
Desde la primera revolución industrial, la masificación global de las fábricas y del constante desarrollo de nuevas empresas en distintos sectores, los modelos de funcionamiento corporativo no han cambiando radicalmente. Las estructuras jerárquicas, piramidales y largas jornadas de trabajo son casi las mismas en poco más de un siglo; hasta el punto de que si reviviéramos a un empleado ordinario de un supermercado o un banco y le asignáramos tareas, horarios y un poco de entrenamiento, ese hombre de 1900 podría desempeñarse en los mismos esquemas y oficios durante 2020. Quizá la gran diferencia estaría en la calidad de vida, la remuneración o el acceso a mayor entretenimiento, pero igual tendría una jerarquía laboral muy similar, iguales jornadas de trabajo y poco tiempo para desarrollar sus propias nuevas ideas de negocios.
Ni las guerras ni las pandemias ocurridas a lo largo de las cuatro revoluciones industriales han cambiado radicalmente la manera como trabajan las empresas y simples alternativas como el teletrabajo, no es muy habitual que tenga espacio -sobre todo- en la mentalidad de los gerentes y presidentes nacidos bajo la marca de “baby-boomers” o “generación X”; personas mucho más habituadas a estar más de 40 horas en la oficina, durante los siete días de la semana y por más de 50 semanas al año. Incluso, esa idea preelaborada de lo que significa trabajar, ir a la oficina, gerenciar una empresa o administrar empleados, no ha sido sometida al estrés necesario de la competitividad moderna; tal vez sea una de las razones para explicar la pérdida de competitividad permanente ante las nuevas tecnologías.
Y situaciones como a la que ahora se enfrenta el mundo con la pandemia del Covid-19 obligan a probar nuevos esquemas laborales o formas de hacer el mismo trabajo, pero en distintos horarios y lugares. Por ejemplo, las universidades están dando un paso muy importante en olvidarse o cambiar de foco de los enormes campus contemplativos para atraer a sus estudiantes, en desarrollo de las aulas virtuales. La Universidad de Harvard, una de las mejores del mundo, está tomando el camino de menos ladrillo y más contenido; camino que en Colombia ha seguido la Universidad de Los Andes que está enfrentando el riesgo de contagio con apurar más su virtualidad.
En tiempos del Covid-19, el teletrabajo, las jornadas reducidas y la virtualidad, son una solución hecha a la medida para enfrentar esa amenaza; y más aún, en una ciudad como Bogotá (la metrópoli con el peor tráfico del mundo) debe haber un desarrollo superior, de soluciones o de cambios radicales de la manera como se trabaja, pero todo está en la cabeza de quienes toman las decisiones; hay quienes creen que solo se produce o se genera riqueza bajo la mirada inquisidora de un jefe, descartando de tajo los adelantos tecnológicos nativos de la cuarta revolución industrial. Claro que hay profesiones, oficios y sectores económicos que no están diseñados para teletrabajar, pero las jornadas sí pueden ser más productivas con las herramientas tecnológicas. La banca, por ejemplo, está mandada a recoger tal y como hoy la conocemos, eso si se apuran o se masifican más los pagos electrónicos y las autoridades garantizan la vigilancia y la seguridad del dinero. Está claro que el Covid-19 es una oportunidad para reinventar la manera como trabajamos.
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