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A las autoridades económicas no les salen las soluciones que han ideado, las justificaciones se entienden, no hay contundencia para hacer que la economía siga creciendo a dos dígitos
La expresión popular, una tormenta perfecta, se aplica a una situación en la que conjugan circunstancias, episodios o noticias que agravan una coyuntura social, política o económica determinada, y es lo que le está pasando a la economía colombiana, casi al terminar el primer semestre del año, cuando se puede proyectar una inflación de dos dígitos (hoy en 9,23% anualizada); unas tasas de interés del Emisor al sector financiero de casi 8%, si sigue subiendo un punto cada mes (hoy en 6%) y una devaluación acentuada en lo corrido del año de 16%, que ha llevado al dólar a valer más de $4.000 y, según los expertos, a más de $4.250 en el pico más alto del año en curso.
Están confluyendo elementos dramáticos que amenazan la recuperación de la economía que se dio el año pasado y que puso a Colombia como el país que más crece en la región, y que gracias a ese repunte del PIB de más de 10%, se ha reducido el desempleo a 12% y se ha recuperado el pago de impuestos por los buenos números de las empresas. La expresión, tormenta perfecta, es la más apropiada para describir el fenómeno por el que atraviesa el país, dada la confluencia de malos indicadores que se sienten en el bolsillo de los colombianos, que van al punto neurálgico del consumo.
Si el análisis económico se centra en los factores macro que le pegan al Gobierno Nacional, a casi nadie le importa, y cosas como el déficit fiscal, el grado de inversión o la deuda externa no tienen rostro humano, pero sí en cambio versa sobre costo de vida, dólar y tasas de interés, el panorama tiene rostro de consumidor. Las más de 14 millones de familias colombianas sienten que el salario no alcanza para comprar lo mismo que hace un año, pues los bienes y servicios de la canasta familiar están por las nubes y los salarios son los mismos, y si acuden al crédito, es decir, deciden pagar con una tarjeta de crédito el mercado, el entretenimiento o algunos bienes básicos, la tasa ronda 30%, dos o tres puntos más costosa que el año pasado.
El Banco de la República y el Ministerio de Hacienda no han sido proactivos ni eficientes en aportar estudios técnicos que expliquen, por ejemplo, cuál es el impacto de la devaluación del peso en la canasta familiar. Es decir, no han respondido a la pregunta de cuánto pesa la devaluación del peso (léase dólar caro a más de $4.000) en el consumo de los hogares. Los artículos importados sobresalen en la canasta familiar y algunos alimentos, penosamente, también vienen de otros países, como el grueso de los cereales, muchas frutas y artículos de aseo. Hace rato que el país dejó de ser autosuficiente en el abastecimiento local de productos tan básicos como maíz, frijoles o lentejas, las diferentes políticas públicas diseñadas para volverse autosuficiente, tener seguridad alimentaria o sustituir importaciones han fracasado, muchas veces porque los beneficiados desvían las ayudas a otras inversiones.
No va a ser fácil para el próximo Gobierno Nacional enderezar la economía de consumo familiar, o por lo menos, se va a gastar tres o los cuatro años del período intentando producir más para bajar la inflación, reducir las tasas de interés y subir la producción de petróleo a un millón de barriles diarios, que ayude a que el dólar se normalice a una tasa de cambio de unos $3.750. Importante que los candidatos a la Presidencia afinen sus planes para bajar las tasas, sostener una devaluación razonable y regresar el costo de vida a un IPC entre 2% y 4%.
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