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No se puede negar que los fundamentales económicos, al terminar julio, son mejores de lo que se esperaban, solo falta sincronizar las cifras con crecimiento, pero hay que hablar
En pocos días se cumple el primer año de la administración de Gustavo Petro, y las cosas en términos de fundamentales económicos van mejor de lo esperado y pronosticado por muchos apocalípticos, la razón no es distinta a la resiliencia de la economía y el poder de los mercados regionales, pero sobre todo, a la fortaleza histórica de la red empresarial, comercial, agropecuaria, manufacturera, industrial y financiera que ha construido el país durante un par de siglos.
El Gobierno Nacional, en cabeza de su primer presidente de izquierda, no ha logrado hacer los cambios estructurales y disruptivos que viene prometiendo desde cuando era candidato, lo que los mercados han interpretado como un parte de tranquilidad, algo que puede explicar una buena parte del comportamiento de algunas cifras, no obstante, no se le puede quitar valor a que los empresarios colombianos han estado siempre aquí, firmes, manteniendo sus inversiones, apostando por el país, trabajando sin politiquerías ni dobles agendas, exportando, generando empleo y pagando impuestos, con responsabilidad empresarial reduciendo precariedades; Colombia no es Venezuela y aquí el sector productivo no sale corriendo para Miami o Madrid ante la más mínima crisis; es un país de cultura emprendedora que se vuelve empresarial; con una población joven de 70% menor de 45 años, que poco a poco camina hacia la resolución de conflictos internos armados, ahora vinculados al narcotráfico; pero lo más valioso es que casi todos los sectores económicos son dominados por grupos empresariales locales que deliberadamente han demostrado producir bienes y servicios aquí y desde aquí, muy a pesar de los ataques populistas de los que han sido presa durante los últimos años.
Que el desempleo sea el más bajo de los meses de junio desde 2019 no se debe a otra cosa que al servicio del sector productivo que genera esos puestos de trabajo formal; que el peso colombiano sea la moneda emergente más valorada durante todo el año se debe a que el país, pese a no tener grado de inversión, es premiado por su ortodoxia en las cuentas fiscales, y porque poco a poco, la racionalidad y contribución tributaria empieza a ser cultural y si a esta coyuntura se suma que la inflación puede haber llegado a su techo en 12,13%, sobra decir que todas son buenas noticias y mejores para final de año, pues la Junta Directiva del Banco de la República ha parado en seco la subida de tasas y las ha dejado en 13,25%, el nivel más alto en años, acción justificada para que la variación de precios no siga su cabalgata alcista, un fenómeno global que ha sido manejado con las herramientas que brinda la cartilla.
Ahora, la pelota está en cancha de los ministros y del propio Presidente, quienes deben cambiar de estrategia y conversar más, lograr las reformas que se quieren, pero concertadas, sin atropellar lo construido. La palabra cambio no es sinónimo de destruir lo construido, es ir a otra fase u otro escenario concertando, sin atropellar ni seguir generando resentimientos en un país marcado por la violencia crónica.
Si el Gobierno logra cambiar la retórica del enfrentamiento permanente, las cosas pintarán mejor no solo para las elecciones de octubre, sino para la economía. Un país con desempleo bajo, moneda dura, inflación en mínimos, dinero barato y un sector productivo próspero y jugado por el futuro de las generaciones más jóvenes, todo será solo camino al bienestar.
En Colombia, el vivo vive del bobo, y en materia de impuestos, todos los gobiernos siempre se ensañan con reformas tributarias que pagan los mismos de siempre: empresas y empleados
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