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EDITORIAL

Bogotá y su giro de 360º

miércoles, 23 de abril de 2014
La República Más
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Bien dice el dicho que todo cambie para que nada cambie. En la parábola del Alcalde Petro todos tenemos culpas.

¡Que loco todo lo que ocurre en Bogotá! Pero más descabellado es que no nos demos cuenta de la cómica situación, de las incoherencias, de lo irreal y macondiana que se ha vuelto la política y la justicia, y que el país le siga apostando más a la ‘política electorera’, a las persecuciones sectarias y a los intereses particulares de nuestros políticos profesionales, esos que manejan los destinos del país desde sus cunas.

Las cifras hablan por sí solas: seis alcaldes (en propiedad o encargados) en siete años. Esto es solo una muestra fehaciente de la desidia ciudadana por sus líderes. Gran parte de la culpa la tienen los mismos gobernantes locales quienes han abusado de sus cargos para privilegiar sus intereses personales o de sus partidos. Otra gran parte de la culpa la tienen los funcionarios públicos, que sin fuerza política tratan de atravesarle palos en la rueda a los alcaldes electos popularmente para dañar su carrera o simplemente porque su sectarismo les ordena esas acciones hostiles en contra de sus contradictores políticos. Y hay otros líderes que sin votos, ni popularidad, ni mucho menos reconocimiento, se inventan toda suerte de artimañas como las recolecciones de firmas o la combinación de herramientas en la opinión pública, para desestabilizar la capital del país, tal como sucedía con sus antepasados durante los años más duros de la violencia política entre los años 40 y 50.

Y el tercer jugador de este sainete bogotano es la justicia en donde hay de todos y para todos. Unos juzgan, otros condenan y otros absuelven. El espectáculo que está dando el tercer poder, el judicial, es que aquí todo puede suceder y que nada está juzgado. Mientras tanto, la ciudad se desmorona entre huecos, trancones, invasión del espacio público y todo tipo de pecados con orígenes en la falta de gestión, condenando a casi 10 millones de colombianos a vivir en medio del más preocupante subdesarrollo. Bogotá, bien puede ser el motor de la economía colombiana por su aporte al PIB, pero la incertidumbre entre los inversionistas hace que esto sea imposible. Solo miremos lo que nos dictan los comportamientos de las acciones de las empresas distritales que cotizan en la Bolsa de Valores de Colombia y nos daremos cuenta que nada puede crecer, ni nada puede cuajar en medio de este canibalismo político capitalino que le está pegando de frente al desarrollo económico.

Las enseñanzas que nos deja esta ‘parábola de Petro’ es que la justicia debe actuar de manera sincronizada y que las superintendencias deben hablar a tiempo para no hacerle más daño a una ciudad que bien merece una oportunidad de ser el epicentro de los negocios en el cono norte de esta América Latina. Ojalá esta vez sí dejen trabajar a un alcalde elegido democráticamente, sí, el que nosotros elegimos.

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