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martes, 30 de abril de 2013
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Bochornoso lo que sucede en la Venezuela de Chávez y sus compinches. La falta de garantías, la arbitrariedad, la manipulación; todo ello impregnado de un tufillo de patrioterismo cursi y de fetichismo atávico. Bochornosa también la indiferencia y, en casos, complicidad de los líderes latinoamericanos. Como si nada hubiéramos aprendido de los nefastos efectos de los Pinochet y los Castro, los Videla y los Velasco Alvarado, déspotas de derecha y de izquierda. 

 
Bochornoso igualmente lo de personajes como William Ospina, famoso novelista colombiano, haciendo la apología de Chávez y visitando orondo el Palacio de Miraflores. Desde Platón son legendarios los lapsus de los intelectuales en materia política, y mentes más brillantes se han pifiado más y peor (ej. Sartre y Stalin, Foucault y Khomeini, Gabo y Fidel). Pero poco importan las veleidades de los eruditos sobre los “grandes hombres” en el panorama amplio de la historia.
 
La sabiduría convencional, y no solo entre el mamertismo trasnochado, pregona que hasta el advenimiento de Chávez, Venezuela era un país rico, gobernado por una oligarquía corrupta que impedía que las mieles del petróleo fluyeran a los  pobres. Una caricatura burda y falaz. En 1960, Venezuela era el país más rico de América Latina. Su poder adquisitivo por habitante era el 85% del estadounidense, superior al canadiense y casi 4 veces el colombiano. ¡La brecha entre Colombia y Venezuela era mayor que aquella entre México y Estados Unidos! Además era una isla democrática, con políticas sociales de avanzada, en un mar de dictaduras. A esa “distopia” llegaron cientos de perseguidos por las dictaduras del cono sur y miles de colombianos buscando oportunidades.
 
El descalabro venezolano comenzó en 1973 (PIB per cápita = 3 veces el colombiano), cuando a raíz del embargo árabe, el precio del crudo se triplicó. Y se agudizó a partir de 1979, cuando se volvió a duplicar, a causa de la revolución iraní. Era como si un quinceañero se hubiera ganado la lotería. En un país adolescente las instituciones no estaban preparadas para manejar tal influjo de recursos y fueron presa de la corrupción y la politiquería.  A cambio de su tolerancia tácita a esta situación, cuando no de su beneficio directo, los venezolanos recibían un extraordinario popurrí de subsidios y conservaban el mejor nivel de vida de la región y libertades democráticas. Este frágil equilibrio comenzó a colapsar en 1982 (PIB per cápita = 2,2 veces el colombiano), cuando el precio del petróleo, que había llegado a US$72 por barril, se derrumbó. El crudo cayó hasta US$22 en 1992 (año del fallido golpe chavista) y luego a US$15 en la antesala de la primera elección de Chávez en 1999 (PIB per cápita = 1,6 veces el colombiano). La principal fuente de riqueza de los venezolanos y el lubricante que mantenía la estabilidad de un modelo imperfecto, perdió 80% de su valor.
 
A partir de 1999, por los azares perversos de la historia, la tendencia de precios del crudo se revirtió, impulsada por el resurgimiento chino, alcanzando récords históricos. Este torrente de dólares, a pesar de su funesto manejo por la administración Chávez, permitió que la pobreza en Venezuela se redujera, según Cepal, de 48,6% de la población en 2002 a 29,5% en 2011, y que la indigencia bajara de 22,2% a 11,7%. De estas cifras se pegan todos los partidarios del “comandante”. ¿Pero qué logro es ese cuando, según Pdvsa, Venezuela recibió ingresos petroleros por US$848.000 millones entre 1999-2012? Si se hubiera repartido ese monto entre el 50% más pobre de los venezolanos, una familia de 4 habría recibido US$234.000.
 
También según Cepal, Colombia, un país mucho más pobre, logró reducir la pobreza de 49,7% en 2002 a 32,7% en 2012, y la pobreza extrema de 17,8% a 10,4%. (¡El porcentaje de pobres extremos en Colombia es inferior al de Venezuela! Profunda contradicción chavista). Y hoy el ingreso por habitante de la “rica” Venezuela es solo 1,2 veces el de la “pobre” Colombia. Con su “nadadito de perro” y múltiples falencias, el modelo colombiano genera mayor y más sostenible desarrollo y bienestar en el largo plazo que la rimbombante demagogia del chavismo. ¡Qué oportunidad perdida la del vecino país!
 

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