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ANALISTAS

Ventanas rotas

jueves, 8 de marzo de 2012
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Imaginemos que dentro de unos pocos años pudiéramos leer la historia de un alcalde de Bogotá que 'ordenó? que persiguieran los delitos que afectaban a la calidad de vida de los ciudadanos, como las bandas de pedigüeños que se acercaban a los conductores a cambio de limpiar los parabrisas? [y presionó] para reforzar las leyes contra quienes se emborrachasen u orinasen en la calle'.

Aunque parezca increíble esa historia fue real y, más sorprendente aún, el texto de Malcolm Gladwell ('The Tipping Point') se refiere a Nueva York en 1994. Esta ciudad, como todo Estados Unidos, se vio afectada por una inusitada ola de violencia, que alcanzó niveles muy altos en los años ochenta.

James Wilson y George Kelling formularon en 1982 la 'teoría de los vidrios rotos', como una explicación a la creciente violencia.

En esencia, plantearon que si alguien rompe un vidrio de un edificio y nadie lo repone, las personas creerán que pueden romper otros y nadie les reclamará; esto conducirá al deterioro del edificio y del vecindario, a la ocupación por personas que realizan actividades como prostitución y atracos, y posteriormente a actividades criminales mayores.

El fenómeno afecta a toda la sociedad y termina haciendo que personas honradas cometan infracciones que no harían normalmente. Por ejemplo, Gladwell señala que en esa época más de 170 mil usuarios se 'colaban' al metro, con el pretexto de que '¿si otros lo hacen y no pasa nada, por qué no he de hacerlo yo?'.

Las estaciones y los vagones del metro estaban llenos de grafitis y de suciedad; el metro se deterioraba y era creciente la sensación de inseguridad para los usuarios; las pandillas de adolescentes estaban a sus anchas pues pocos osaban denunciarlas y, en el peor de los casos, sufrían arrestos de un día y volvían a sus actividades de drogarse, y amedrentar y robar atemorizados ciudadanos.

La experiencia mostró que con el tiempo muchos de estos jóvenes cometieron delitos como asesinatos y violaciones.

Wilson y Kelling implementaron en Nueva York desde mediados de los años ochenta una política de recuperación de la ciudad, 'reponiendo los vidrios rotos'. Comenzaron por limpiar los vagones y las estaciones del metro y combatir los grafitis; si en la noche alguien ponía grafitis en un vagón las autoridades lo pintaban nuevamente antes del nuevo día, o en su defecto lo sacaban de circulación hasta que estuviera impoluto.

La labor la continuó William Bratton persiguiendo a los 'colados' del metro, capturando a muchos infractores, en especial los que tenían antecedentes penales, e incautando armas de todo tipo.

Los índices de violencia en Estados Unidos cayeron abruptamente durante el primer quinquenio de los noventa, por razones que son fuente de debate, pero en parte se atribuyen a la 'teoría de los vidrios rotos'.

Aun cuando en nuestro medio la teoría no es desconocida e incluso algunos elementos de ella fueron aplicados en las alcaldías de Antanas Mockus y Enrique Peñalosa, deberían emularse varias de las decisiones tomadas en Nueva York. Por ejemplo, los usuarios de Transmilenio somos testigos del progresivo deterioro de sectores como Chapinero, sin que se vean acciones de las autoridades para frenarlo.

El otrora barrio de clase alta se está degradando a partir de los grafitis que invadieron todas las paredes y puertas de casas, edificios y negocios. Ya hay varias cuadras sobre la avenida Caracas con edificaciones abandonadas, con sus vidrios rotos y poblados por 'desechables'. ¿En cuántos sectores de Bogotá y otras ciudades se está repitiendo esta historia?

Como afirman Wilson y Kelling, 'el crimen callejero más grave aparece en zonas en las que no se hace nada frente a la conducta que altera el orden público'. En buen cristiano, es mejor prevenir que lamentar.

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