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Analistas 09/05/2014

Qué pena con Mario y con Humala

Analista LR
La República Más
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Decía el intelectual peruano Alfredo Barnechea, durante la inauguración de la Feria del Libro, que le dolía ver la impresionante polarización de Colombia hoy por hoy alrededor de la política. “Ustedes no eran así; que malo lo que les está pasando”, comentaba en una charla de pasillo antes de que se iniciaran los discursos oficiales.

Es como si el presidente Santos y el alcalde Petro lo hubieran escuchado porque minutos más tarde la oratoria del uno se centró en lanzar dardos al otro, y viceversa. Antes de eso, cuando Petro arribó al auditorio de Corferias, medio teatro lo aplaudió con evidente simpatía. Luego sonaron los himnos y arrancaron los discursos.

Primero fue Petro, que empezó evocando a Jorge Eliécer Gaitán, “un hombre de palabra verbal, no escrita”, que llevó a cabo la primera feria del libro de Bogotá, en 1937, cuando se desempeñaba como alcalde de la capital. “En Europa quemaban libros (en la guerra civil española y en el ascenso de la Alemania nazi) -aseguró-, mientras aquí hacíamos fiesta alrededor de los libros”. Según él, luego todo se trastocó y hoy los libros se queman aquí y a los dirigentes progresistas (como Gaitán y como él) los asesinan física o políticamente.

Le correspondió el turno a Santos que empezó con los saludos protocolarios. En el momento de nombrar al Alcalde distrital, levantó los ojos y con una sonrisa socarrona dijo. “Gustavo, que gusto tenerlo nuevamente en la Alcaldía”. A la gente pareció gustarle ese cinismo porque el otro medio teatro lo aplaudió.

Más adelante se volvió a burlar de él y lo remató en la última hoja del discurso: “Quiero recordarle, Gustavo, como dijo Santander, que si las armas nos dieron la independencia, las leyes nos darán la libertad. Yo he actuado solamente en derecho”. Y de nuevo hubo ovación de la mitad del auditorio.

Ese intercambio de puyas no fue ramplón y fue hasta divertido, pero no era la ocasión para hacerlo, y menos delante de un mandatario extranjero (allí estaba Humala), y de un premio Nobel (Vargas Llosa).

Un día después fue justamente este enorme escritor el que terminó recibiendo una dosis de esta nueva agresividad en la política colombiana. También fue en Corferias, cuando un hombre en el público interrumpió su conferencia y le exigió aclarar su relación y su concepto sobre Álvaro Uribe, “narcoparamilitar y asesino”. Segundos después hizo trizas el libro “La civilización del espectáculo”, del peruano.

Lo de Corferias es, en el fondo, simpático pero muy revelador. Al contrario, los episodios de la última semana (los de afuera de Corferias) parecen evocar los azarosos años cuarenta cuando liberales y conservadores se combatían ferozmente, se hacían zancadillas y trampas, se lanzaban invectivas desde los periódicos. Fue la década en la que Laureano Gómez incendió al país desde sus columnas en El Siglo; cuando el representante conservador Carlos Castillo abrió fuego en pleno Capitolio y mató a los liberales Gustavo Jiménez y Jorge Soto del Corral. Un año antes había caído Gaitán por las balas de Roa Sierra, que en realidad eran las balas de las élites azules y rojas.

Colombia está casi calcando esos tiempos en la actual contienda electoral, pero ahora potenciada por la inmediatez y la omnipresencia de los medios. La salida escandalosa de J.J. Rendón por negociar, con honorarios de US$12 millones, la entrega de un narco deja muy mal parada a la campaña de Santos. Pero, si fuéramos serios, la campaña debería estar mal parada desde cuando contrató (hace cuatro años) a un personaje tan sórdido, cuya misión siempre es hacer guerra sucia, acabar moralmente al enemigo, poner a circular rumores y ventilar las cosas que nadie quiere que se sepan.

En el otro bando, el escándalo fue mayor porque descubrimos que Zuluaga tenía en su nómina a un hackeador que estaba espiando al Presidente para entregarles secretos a los medios. Y ponían a Luis Alfonso Hoyos, como un pobre borrego, a tratar de filtrarlos en la prensa. Todo un watergate criollo, solo que allá cayó Nixon y aquí, a duras penas, se deshicieron del pobre Hoyos.

Ahora Álvaro Uribe (el verdadero patrón de la campaña de Zuluaga) está diciendo, sin pruebas, que J.J. Rendón donó parte de esa plata a Santos cuando era candidato hace cuatro años. Todo un nuevo 8.000 en gestación.

El capítulo final, por ahora, lo aportó en su estilo grecoquimbaya y sinuoso Fernando Londoño en una columna que, entre ridícula y calumniosa, pone a Santos como cabeza de un complot continental para entregarles todos estos países a Fidel Castro. Y para conseguirlo, era menester (la palabra es de las que él usa) asesinar a Álvaro Uribe. Así, sin pruebas ni argumentos, sugirió que Santos es un asesino.

Lo peor de todo es que esta espiral de agresividad no va a parar solo porque pasen las elecciones. Vienen cuatro años más de espionajes, insultos y traspiés, con Uribe en el Congreso, y quizá con Santos en la Casa de Nariño.

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