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ANALISTAS

Obligados a matar

sábado, 25 de abril de 2015
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La llamada de manera deliberada “muerte digna”, consiste simple y llanamente en matar a una persona, suministrándole medicamentos que le produzcan un paro cardíaco o un paro respiratorio, es ni más ni menos un homicidio fríamente calculado, con la diferencia que en la eutanasia se hace ver que el que va a morir es quien ha pedido “voluntariamente” que lo maten.  

Un enfermo terminal es una persona profundamente vulnerable como producto de sus padecimientos tanto psíquicos como corporales y por lo tanto, su grado de honda depresión puede conducirlo a tomar la decisión de acabar con su vida, influenciada por las circunstancias en que vive. En estas condiciones de vulnerabilidad, no podemos afirmar que el enfermo terminal haya tomado una decisión apoyada en su voluntad libre porque esta es presa de las circunstancias en que vive.

Si a la enfermedad terminal se agregan los padecimientos tanto psíquicos como corporales del enfermo, producidos por la desatención y la negligencia de nuestro sistema de salud, que no en pocas ocasiones se da, no hay duda que el estado de desesperación del enfermo, ante la perspectiva de mayores y prolongados sufrimientos, impedirá una decisión libre y consiente de este.

Los padecimientos se aminoran con los llamados cuidados paliativos, con base en avanzados medicamentos y procedimientos que hoy en pleno siglo XXI ayudan a calmar y sobrellevar el dolor de los enfermos terminales, pero para que ésto se de, el estado debe ofrecer a sus asociados, medicinas y procedimientos oportunos y eficaces que es precisamente lo que no proporciona nuestro sistema de salud. También existen para casos extremos, procedimientos de sedación que una vez proporcionados al enfermo lo llevan a un estado de inconsciencia, ajeno al dolor.

La eutanasia puede llevar a la deshumanización del médico que entiende que existe una vía fácil para deshacerse del paciente terminal. La eutanasia puede conducir también a un desestimulo a la investigación médica, que tiende a preservar y a alargar la vida, no a acabarla.  La eutanasia puede conducir a la deshumanización del ser humano y a menoscabar la caridad de las familias hacia sus seres queridos gravemente enfermos. Como ha sucedido en otros países, la eutanasia invita al estado y a instituciones de la salud a pensar en conclusiones económicas frías en las cuales es más barato para el sistema de salud acabar con la vida de un paciente terminal que preservarla y prolongarla, por los altos costos que esto implica.

“Muerte digna” no es matar a un persona aplicándole una inyección letal, como si fuera un animal, por el contrario es terminar los días de su vida con verdadera dignidad, rodeado el enfermo de ayuda espiritual,  de sus seres queridos, proporcionada la atención oportuna, diligente y eficaz por parte del sistema público de salud.

Es incomprensible que el Congreso de Colombia no se haya ocupado de definir  este tema tan trascendente, que debe negarse si somos coherentes con el artículo 11 de la Constitución Política que consagra: “La vida es inviolable. No habrá pena de muerte.”

Promover lo contrario, como lo ha hecho la Corte Constitucional con sus sentencias  C - 239 de 1997  y T - 970 del 4 de marzo de 2015, constituye la más clara violación a nuestra Constitución; y ahora siguiendo esa línea de conducta de la Corte,  también lo hace el gobierno a través del ministerio que tiene que ver con las cuestiones atinentes a la salud, expidiendo sin competencia para ello, resoluciones que obligan a matar a través de la eutanasia.
 

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