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Analistas 20/06/2014

¡Nos la debe, Presidente!

Analista LR
La República Más
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Aparte de la victoria providencial de Santos el domingo, que le cerró la puerta, por ahora, a la aventura autoritaria de un Uribe omnipotente, este proceso electoral que terminó y que puede ser el más repugnante en seis décadas, por sucio, por pobre, deja la ganancia de un destape claro en las opciones con que vamos a tener que jugar en la política, en la sociedad y hasta en la intelectualidad en los años inmediatos. 

Así, queda ilustrada hasta el cansancio la pasta de la que está hecho el uribismo y la delirante insidia y cinismo que puede destilar: No vale la pena escribir más sobre sus acusaciones sin sustento y sin rubor, las comprobaciones de espionaje, las visitas a los medios para enlodar al contrincante, la columna de Londoño acusando a Santos de homicida, los comerciales patéticos de la mujer de las naranjas y de un Pacho Santos lavando trapos sucios familiares en horario triple A. De lo anterior cabe exigir, y no dejar en el olvido, claridad en lo del hacker, pues tenemos que saber si Zuluaga cometió un delito o no; y en las acusaciones a Juan Carlos Giraldo, de RCN, establecer por qué Uribe sabía la información que podía tener o no un periodista, y si esta era verdad.

Ahora bien, si Uribe ya se liberó del antifaz completamente, y nos recalcó que la institucionalidad no está entre sus respetos, una porción de colombianos, que pasó de dos millones a siete en tres meses, también demostró que el extraño concepto de Estado de Opinión acuñado por él no es tan absurdo. Para millones de colombianos (dos tercios de Antioquia y el eje cafetero) el expresidente tiene licencia para hacer lo que quiera: calumniar, mentir, espiar, ser cómplice, insultar, desconocer la justicia... Es el Mesías que primero nos devolvió las carreteras y ahora nos está librando del comunismo internacional, encabezado por los camaradas Santos y Vargas Lleras.

Discrepo de María Jimena Duzán cuando dice que la victoria de Santos es un triunfo que no sabe a gloria. A mí sí me parece, aunque esa gloria no es de él. La remontada de la primera vuelta a la segunda es titánica y tiene, además de los votos comprados y amarrados de siempre y de la presencia inevitable de congresistas forajidos, una reacción popular que se levantó el domingo a frenar la amenaza de una ultraderecha desatada. La defensa de la paz fue el mensaje sencillo que se vendió, pero era mucho más que eso. Esa gloria se les debe a los columnistas, que tercamente insistieron en el tema; a los artistas que se bajaron de su torre y armaron un hermoso comercial para apuntalar el sueño de la paz; a la izquierda que advirtió (menos Robledo) que sus militantes quedarían en la primera línea de fuego bajo un gobierno de Zuluaga. A los empresarios, que faltando tres días oficializaron su apoyo a la continuidad de este Gobierno. ¡Los ‘cacaos’ colombianos también se volvieron comunistas, quién creyera! Y también a millones de ciudadanos hastiados de la enorme mentira sobre la cual se sustenta el Centro Democrático.

Quedó demostrado que así como existe un uribismo, hipnotizado e idolátrico, también existe un antiuribismo furioso y combatiente que hoy, mañana y pasado se unirá contra él para atajarlo, así haya que votar por alguien tan insípido y poco convincente como Santos. Hace un par de años escribí que Uribe con su matoneo mediático, su beligerancia verbal, su pugnacidad con quienes piensan diferente, su técnica de echar a rodar infundios, iba a terminar como Laureano, que apenas se lanzaba conseguía que la mitad más uno del país se uniera contra él.

En esa polaridad inamistosa y por ahora casi empatada en cuanto a números, tendrá que gobernar Juan Manuel Santos. Y tendrá que hacer cambios rotundos. Ojalá ya no más bandazos para quedar bien con todos, y finalmente incumplirles a todos; ojalá un gran acuerdo en el Congreso, pero de cara al país y sin puestos ni auxilios en el centro; ojalá cumpla las promesas populistas de última hora. Tiene menos margen de maniobra que en 2010, pero ya no está presionado por el sueño de una reelección. Ojalá, ya no más reelecciones para nadie.

En esa polaridad inamistosa tendrán las Farc que terminar su proceso de paz. Y con mínimo siete millones que no les creen nada, que les van a hacer casi imposible su reinserción, que no los quieren ver en el Congreso ni en la política; que no perdonan sus errores garrafales del secuestro, del terrorismo, del narcotráfico, de su insultante tomadura de pelo en el Caguán y su cinismo mentiroso, aun peor que el de Uribe.

Por favor, señores de las Farc, sean inteligentes y ponderen sus pretensiones y exigencias; no sobredimensionen su capacidad al negociar; no nos hagan perder este esfuerzo enorme de haber logrado contener a la ultraderecha; no nos arrebaten la ilusión de poder seguir viviendo y morir un día en un país en paz.

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