.
Analistas 07/06/2013

La rápida desinflada de Maduro

Analista LR
La República Más
  • Agregue a sus temas de interés

Algunos profetas del desastre han comenzado a sugerir que, aunque prematuro, existe una cierta posibilidad de que Nicolás Maduro no termine su periodo presidencial en 2019, y que vienen tiempos inmediatos de extrema agitación, inestabilidad y tal vez violencia política en Venezuela.

 
Es un pronóstico arriesgado. Lo que sí puede decirse es que en los cinco meses que lleva en el poder, dos como mandatario electo, Maduro luce enredado, perplejo, errático en varios frentes, y quizá dubitativo frente a otras fuerzas del chavismo, en particular la que comanda Diosdado Cabello, que se muestra mucho más aguerrido, enfático, empoderado de su papel (hasta caer en excesos dictatoriales, inclusive). Cabello, guardadas proporciones, puede ser para Maduro lo que para Juan Manuel Santos es un Álvaro Uribe, esto es no solo una piedra en el zapato, sino una aspiración de cogobierno, y una presión desde un sector que está libre de la responsabilidad política directa y que puede terminar forzando decisiones gubernamentales.
 
Fue muy sugestivo que la reacción más airada e inmediata luego de la visita de Capriles a Santos fuera la de Cabello. Maduro se vio arrinconado a levantar su voz, pero no para pedir mesura al presidente de la asamblea venezolana, sino para acusar al jefe de Estado colombiano de puñaladas y traiciones.
 
Era previsible que ocurriera este desinflamiento de Maduro, pero no tan rápido. Finalmente, él es una copia bastante mala de Chávez en todo sentido. Sin ninguna experiencia administrativa, ni manejo político, ni solvencia en los grandes temas del Estado, el Presidente está hoy chapaleando en los múltiples errores y vacíos que dejaron 13 años de Hugo Chávez y que afloraron de inmediato cuando la omnipresencia del líder, su monopolio total de las esferas del poder, de las decisiones grandes y pequeñas, desapareció abruptamente. Chávez, para mal o para bien, tenía todo el país en su cabeza, y suplía sus deficiencias de estadista con poder real, y también con populismo y folclor.
 
Pero ni en esto último ha logrado imitarlo Maduro, cuyas salidas sobre hablar con pajaritos y decir que Chávez desde el más allá presionó la elección de un Papa argentino, han caído más en el campo del ridículo que del efectismo popular. Por cierto que ese Papa aborrece regímenes como el de la Revolución Bolivariana.
 
Ahora bien, el país post Chávez acumuló unos lastres y unos problemas irresueltos de tal magnitud que quienquiera hubiera sido el sucesor del comandante estaría navegando por aguas turbulentas. Paralelo a las cifras sociales que redujeron la pobreza, aumentaron la cobertura en salud y educación, disminuyeron el analfabetismo y mejoraron los indicadores de equidad, la economía venezolana es un gran desastre. Hoy, según datos de Conindustria, de las once mil empresas industriales que había en 1998, solo quedan menos de siete mil. Además, de la totalidad de exportaciones del país, hoy apenas un dos por ciento proviene del sector privado. Y las importaciones se triplicaron en los últimos seis años, sobre todo por cuenta de compras estatales. Las deudas de los empresarios a sus proveedores suman nueve mil millones de dólares, con grandes dificultades para pagar, por los férreos controles cambiarios. Y nadie les quiere prestar. Colombia ya no se desespera por venderle a Venezuela, y el comercio binacional cayó en un 72%.
 
Lo de la escasez del papel higiénico y las multitudes arrebatándose el pollo que llega a los supermercados no tienen nada de risible. Tampoco la crisis energética que el Gobierno de Maduro prometió solucionar en cien días. Y este es uno de los países más ricos del mundo en energía e hidrocarburos.
 
Con todo, es en el plano político, interno y externo, donde más torpeza exhibe el Presidente. El tono conciliador de las primeras horas cuando vio que apenas 250 mil votos lo separaron de su rival y que se perdieron estados como Lara, Zulia, Miranda, Bolívar, Nueva Esparta y Anzoategui donde Chávez sí ganaba, ese tono no duró nada. Y a cambio de ello se impuso el estilo draconiano de Diosdado cerrándole el micrófono a la oposición, hostigándola a golpes y negándose a pagar sus sueldos.
 
Capriles lo ha hecho bien, pero lo ha ayudado mucho la histeria del Gobierno al concederle adentro y afuera un estatus de contraparte que pudieron ignorarle, y al insistir en el viejo libreto castrista del complot exterior. Antes de elecciones, Maduro anunció que había un plan de los yanquis para matar a Capriles; luego fue a Diosdado, y la semana pasada, a él mismo, e incluyó a Bogotá y a Álvaro Uribe en la maniobra.
 
Pelear con Santos fue el colofón de las torpezas, por varias cosas: una, victimiza a Capriles, que ahora es casi un perseguido político; dos, interfiere toscamente en los asuntos soberanos de otro país; tres, pelea con un socio más que estratégico como Santos, que corrió de prisa a legitimar su Gobierno, y cuatro, le da aire y escenario, en Colombia y afuera, a un formidable opositor (de Santos y de él) como Álvaro Uribe. 
 

Conozca los beneficios exclusivos para
nuestros suscriptores

ACCEDA YA SUSCRÍBASE YA