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Analistas 18/01/2013

Expresidentes: un club venido a menos

Analista LR
La República Más
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Dicen que Ernesto Samper Pizano más que presidente de la República lo que añoraba era ser expresidente. No tengo claro si el comentario provenía de alguno de los chistes del propio Samper y su prodigioso sentido del humor bogotano, o si es un mito, pero da igual porque hasta hace unos años quizás una de las instituciones más respetables de este país era ese pequeño club de expresidentes.

 
No todos, obviamente, pero muchos de ellos constituían el clan de los viejos sabios de la tribu; a varios se les reconocía una enorme cultura y una gran capacidad de estadistas y de pensadores. Los dos Lleras encabezaban el grupo. De Alfonso López Michelsen, constitucionalista, escritor, catedrático, se decía que ponía a pensar al país cada vez que hablaba o escribía. Aún personajes fuertemente cuestionados como Julio César Turbay, por su gobierno militarista y corrupto y su escaso vuelo intelectual, conseguían adhesiones e imponían derroteros. Turbay, más malo que bueno, fue una voz actuante y convocante casi hasta el momento de su muerte. Otro tanto puede decirse del fatídico Laureano Gómez, hombre tempestad, que gobernó apenas un año, pero influyó cuatro décadas en la política nacional, y cuyo grupo todavía subsiste aunque ya muy menguado.
 
Hoy, a excepción de Álvaro Uribe, casi puede decirse que ninguno de los cinco expresidentes vivos constituye una figura válida y actuante incluso dentro de sus propias colectividades. Gaviria fue director del liberalismo hasta 2009, en un periodo de gran languidez en el cual no consiguió maniobrar con la aplanadora uribista, en el Gobierno, y selló el rol de nueva minoría para un partido que fue mayoritario por cien años. Más grave es el papel de ostracismo y desprestigio que juegan Samper y Pastrana, sin ninguna vocería, sin adhesiones ni poder de cohesión, e inclusive francamente incómodos para sus partidos. El país eternamente les reprocha el ominoso proceso ocho mil, al primero, y la vergüenza del Caguán, al segundo. Algo similar, aunque un poco matizado por el tiempo se aplica a Belisario Betancur y el descalabro de sus diálogos de paz que culminaron en el genocidio del Palacio de Justicia.
 
Con todo, la estocada final a la figura notable y patriarcal del expresidente parece estar dándola Álvaro Uribe Vélez. Luego de sus ocho años de gobierno, que podrían haber sido doce o dieciséis, no solo se alcanzó a resentir un poco el sistema de pesos y contrapesos entre los poderes públicos, sino que las ecuaciones políticas conocidas se borraron totalmente. Hoy hay un nuevo partido supuestamente mayoritario y casi hegemónico, la U, cuyo destino es incierto pues nació en una coyuntura burocrática, cooptando al siempre voraz Partido Conservador y desmantelando al Liberal, con lo cual, de carambola, Pastrana y Samper se quedaron sin partido ni movimiento. La gran incertidumbre con la U es su oscilación entre Uribe y Santos, que hoy se inclina más hacia el último por el poder omnímodo que da ser el Presidente. ¿Qué ocurrirá cuando uno y otro sean ex?
 
Es justamente en el nerviosismo de ese pulso que Uribe se está llevando por delante al antiguo y prestigioso rol de ser ex presidente. Con más de una docena de escándalos entre graves y gravísimos en sus últimos tres años de gobierno, y con la evidente actitud de Santos de no querer cuidarle la espalda, Álvaro Uribe rompe casi todos los días los paradigmas de la figura expresidencial. Un viejo código de honor implicaba, por ejemplo, hacerse a un lado y dejar que gobernara al que le correspondía el turno. No había transcurrido un semestre del gobierno Santos y ya Uribe clamaba por el “deterioro en la seguridad”, o criticaba los nombramientos de Juan C. Restrepo, o de Germán Vargas. Luego el tono fue subiendo para denunciar que el Ejecutivo derrochaba en sus gastos, o para oponerse a la Ley de Víctimas y a los diálogos con la guerrilla.
 
Otra norma de conducta exigía mantener el debate con altura y en los cauces de la sana controversia y del libre ejercicio a hacer oposición. Muchos expresidentes en algún momento discreparon del gobierno, pero siempre se apeló a la polémica inteligente. Algo va, entonces, de las columnas de López en El Tiempo, a los vituperios de Uribe en su twitter. “Canalla”, para Santos; “trepador”, para Gabriel Silva, “creador de narcos y de pepes”, para Gaviria, entre otros, en un estilo que ya empieza a verse más como de plaza de mercado que de exgobernante.
 
Pero inclusive, Uribe ha llegado a clamar de viva voz, y en un contrasentido para cualquier estadista, que se irrespete el estado de derecho. Lo hizo cuando avaló el asilo de María del Pilar Hurtado en Panamá, como si fuera una perseguida política, y más recientemente con su exigencia de que no se cumpla el fallo sobre San Andrés.
 
¿Megalomanía?: un poco; ¿estrategia?: mucho. ¿Le funcionará?  …
 

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