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ANALISTAS

Está bien que el 4x1.000 se quede

sábado, 20 de febrero de 2016
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La Comisión de Expertos para la Reforma Tributaria piensa que el Gravamen a los Movimientos Financieros (el 4x1.000) debería quedarse. Tiene razón: es un impuesto de bajo costo administrativo, con un recaudo importante, y sobre todo -a pesar de lo que argumentan sus detractores- con un impacto en eficiencia bajo. Por eso ha resistido el test del tiempo.

En un país con niveles de evasión de 30%-40%, el GMF es relativamente fácil de controlar por parte de la Dian -una virtud nada despreciable. Para hacerse una idea, la relación promedio entre el presupuesto de la Dian y su recaudo tributario (costo administrativo/beneficio) es de un peso invertido por cada 120 de recaudo. El GMF es mucho más eficiente en este sentido: yo calculo 1/500 o 1/1.000, dado que su costo administrativo no debe superar los $10.000 millones al año. Por supuesto, los bancos tuvieron que implementar los sistemas que calculan el GMF, pero ese costo ya se incurrió. En suma, el GMF recauda bastante con poco, y con baja evasión. El sueño de la administración tributaria. 

La crítica económica al GMF suele venir de otros lados: el GMF impone costos de transacción al capital y desincentiva la formalidad. Esta crítica nace de la comparación con una economía ideal, sin fricciones, pero una economía como la colombiana ya tiene otras fricciones y distorsiones. ¿Será que el GMF es tan dañino, o es una fricción más entre muchas? La evidencia no es clara; por eso sigue la discusión. Pero la falta de evidencia contundente es en sí misma evidencia. La teoría del segundo mejor incluso sugiere que algunas fricciones contrarrestan otras imperfecciones, por ejemplo, que cierto nivel de fricciones en flujos de capital evita volatilidades indeseables. 

El argumento sobre informalización también es dudoso. Una persona con ingresos de $1 millón pagaría $4.000 al mes por el GMF, menos de la mitad de lo que paga por el manejo de la tarjeta débito. Y alguien que quiere pagar los $500 millones que le vale la casa o los $160 millones del BMW en efectivo, arriesgándose a que lo asalten, no está preocupado por $1 o $2 millones de GMF. Está preocupado por no explicar los $500 millones a la Dian o a la Uiaf. A menos que esté en el Guaviare, donde el problema es que igual no hay bancos. 

Una excepción importante para la que el GMF es un sobrecosto inmanejable es el comercio minorista de bajo margen -la tienda de barrio, que no tiene las economías de escala de los grandes, ni administrativamente ni en insumos. Pero aquí tampoco es el GMF lo determinante en su formalización. Lo que les asusta es la gran complejidad e incertidumbre asociadas a cumplir con toda la regulación: tributaria, laboral, sanitaria, de nivel local y nacional, que los visita treinta veces al año. El pequeño comercio más que evadir impuestos se esconde del Estado. La solución es simplificarle la vida. Por ejemplo, cobrarle 10x1.000 y quitar todo lo demás: lo que la literatura llama un monotributo.

Finalmente, dada la gran concentración de riqueza en Colombia (y en consecuencia de evasión tributaria, no sobra añadir), el GMF es probablemente progresivo, y es fácil hacerlo más progresivo aun en la medida que la información bancaria sea visible para la Dian.

Abracemos al GMF. En la teoría es dañino; en la práctica funciona muy bien. Es eficiente, es progresivo, nos evita otros impuestos que no lo son. Su gran pecado es que no se deja domesticar por la teoría.
 

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