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De M.A.Caro a R. Uribe Uribe

martes, 30 de agosto de 2016
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La reciente novela  histórica de  Gonzalo España ( “Odios Fríos”, Grijalbo, 2016) traza un retrato fiel pero sin contemplaciones de una de las figuras más importantes de nuestra historia política de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX:  Miguel Antonio Caro.

Caro, un bogotano de rancios perfiles, fue uno de los personajes polifacéticos más notables que tuvo nuestro turbulento siglo XIX. Humanista en todo el sentido de la palabra, latinista de alto fuste ( escribió junto con don Rufino José Cuervo la primera gramática latina que se publicó en Colombia); jurista rotundo: fue el redactor principal de la Constitución de 1886 contra lo que a menudo se piensa que fue el señor Núñez. 

Creador de la Regeneración que le dio un vuelco político innegable y renovador, con el aporte del conservatismo, a la amodorrada política del siglo XIX bajo el liderazgo de Rafael Núñez. Jefe conservador y periodista político aguerrido ocupó la primera magistratura del país durante una de las frecuentes ausencias del señor Núñez.

Su  célebre polémica con don Miguel Samper sobre el significado del curso forzoso de nuestra moneda, su defensa del Banco Nacional y del crédito público, y sobre el intervencionismo del Estado en la vida económica, permanece aún hoy como  una de las mejores piezas  del pensamiento de nuestra historia económica.

Solo tuvo un defecto mayúsculo: su intolerancia y su  dogmatismo. Como bien lo describe en su magnífica novela histórica Gonzalo España, arrinconó sin piedad y obtusamente a los jefes del radicalismo a quienes encarceló y expulsó del país, además de que les cerró sus imprentas y todos los espacios de convivencia; hizo imposible la concordia nacional, y sembró  así la semilla de la que sería quizás la guerra mas sangrienta y terrible que ha vivido Colombia: la guerra de los mil días.

El proceso de paz que siguió a la  devastadora guerra de los mil días está marcado por el contraste de  la personalidad de dos figuras preeminentes de  nuestra historia política. La una, la del bogotano M.A. Caro con su inteligencia pero también con su intolerancia  habitual que conservó hasta el final de sus días cuando ocupó, ya siendo expresidente, un escaño en el Senado de la República al comenzar el siglo XX.

La otra, la del  gallardo general  antioqueño que comprendió con clarividencia y generosidad  que había llegado el momento de cerrar heridas y  construir el posconflicto luego de la terrible guerra de los mil  días: Rafael Uribe Uribe, que entendió que había llegado el momento de buscar la convivencia entre los colombianos, que así se lo dijo con valor a su propio partido, y que quizás por ello cayó asesinado cobardemente en las gradas del capitolio nacional. 

En una evocadora exposición que dedicó  recientemente a su memoria la Universidad del Rosario, de la que era colegial, se rescató una significativa frase del general Uribe Uribe cuando terminaba la guerra de los mil días. “Ahora ha llegado el momento de que nos despidamos como soldados y nos saludemos como ciudadanos”, dijo.

Es paradójico constatar cómo 110 años después el péndulo de la historia cambia la geografía de los protagonistas: ahora quien encarna la obstinación de la paz y la persistencia por  alcanzar la convivencia pacífica entre los colombianos es un bogotano; y quien simboliza la obstinación recalcitrante para entender que ha llegado el momento de construir la paz es un antioqueño.

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