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Brasil: política exterior y doméstica sin conexión

miércoles, 26 de junio de 2013
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A pesar de las profundas protestas desplegadas a largo y ancho de las principales ciudades brasileñas prosigue su avance la denominada Copa de las Confederaciones. Pero el temor de que el fenómeno escale a un punto tal que se torne incontrolable sigue presente y enrarece la atmósfera brasileña. Es la primera vez que unas protestas sociales alcanzan el impacto y la magnitud evidenciada hasta ahora en el país. No obstante la presidenta Rousseff haya tomado cartas en el asunto.
 
La primera pregunta que surge ante estas particulares circunstancias, sin duda, se orienta hacia las razones del movimiento social. ¿Qué puede estar pasando en Brasil que miles de personas han optado por salir a las calles a protestar airadamente y a reclamar mejores condiciones de vida? Si tanto se ha escrito y leído sobre los avances del Brasil de Lula y la continuidad del proyecto en tiempos de Rousseff, ¿qué puede explicar la inconformidad de un importante sector de la población brasileña?
 
La nación gobernada por Dilma Rousseff cuenta con una población cercana a los 200 millones de habitantes, y poco más de un millón de ellos salieron el pasado jueves a las calles alzando su voz de protesta contra la falta de control por parte del gobierno a la excesiva corrupción en el país. Sin embargo, el origen más básico de las protestas se dio en São Paulo, donde un grupo de unas 30.000 personas marchó el sábado por dos razones: la primera, el alza al servicio de transporte público; la segunda, una notable inconformidad contra la Propuesta de Enmienda Constitucional 37 (PEC 37), alegando que con ella se facilitan las vías a mayores niveles de impunidad y corrupción.
 
Como es sabido también, Brasil se apresta a organizar el mundial de fútbol el año próximo y los juegos olímpicos en 2016. Esto le ha puesto en una posición múltiple de compromisos, primando los financieros y económicos por sobre los demás. Las inversiones que debe adelantar en todos los campos se han situado muy por encima de los montos tradicionales y eso ha empezado a generar malestar en una población que insiste en reclamar mayor inversión para las áreas de salud, educación y servicios públicos fundamentales.
 
Sumado a lo anterior, hay algunos aspectos generadores de mayor adhesión y solidaridad para con los manifestantes en las calles. El hecho, por ejemplo, de que la fuerza pública se extralimitara en muchos casos y excediera el uso de la fuerza, motivó a miles de personas a acompañar el movimiento social. Igual ha sucedido con la tradicional débil participación política de las personas en el país y la falta de dinamismo en la agenda interna brasileña, pues el viejo esquema de lucha contra la pobreza necesita renovarse a juicio de muchos analistas y líderes regionales. En pocos términos a Brasil le está faltando reinventarse, pues su modelo, aunque con los resultados positivos que se conocen, requiere ser reorientado hacia el aprovechamiento de lo alcanzado.
 
Precisamente, en su reunión con los 27 gobernadores del país, la Presidenta dio un mensaje orientado al cambio. Ha ofrecido participación a través de un referendo que lleve a la reforma política reclamada en las protestas. Externamente Brasil se mantiene en su mejor posición de la historia. El problema es de tipo administrativo, pues no se ha logrado balancear los logros externos con las necesidades internas; lo que se considera una acción clave de la política pública. En ello radica el origen del reclamo social.

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