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La cuna del Carnaval de Brasil está en Pernambuco

viernes, 7 de marzo de 2014
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El mundo ha sido seducido por las imágenes de miles de bailarines formando vibrantes ríos de sabor en el sambódromo. La postal la completan carrozas colosales y brillantes que navegan como cruceros de ritmo ,y las garotas, ese sinónimo de belleza escultural que parece flotar por encima del resto de la humanidad, y quizá sea la palabra más conocida de toda la lengua portuguesa. Carnaval de Río de Janeiro, playas de arena blanca y cinco campeonatos mundiales de fútbol, serían un breve resumen de Brasil. 

Pero el carnaval no es exclusivo de esa ciudad; se extiende por todo el territorio del quinto país más grande del mundo, en el que cabrían cuatro veces los 47 millones de habitantes de Colombia. Y tuvo su origen en un pequeño pueblo, Olinda. Ubicado en lo alto de un estado en el que se disputarán cinco partidos de la Copa Mundial de Fútbol 2014 que se jugará a partir del 12 de junio: Pernambuco.

Solo ese departamento, en cuyo estadio Arena Pernambuco 46.105 espectadores podrán ver a México vs. Croacia y Costa Rica vs. Italia, entre otros, tiene más de 8 millones de pobladores; la misma cantidad de la capital colombiana. Y es escenario de dos de los carnavales más importantes entre la inabarcable riqueza cultural brasileña: el de Recife, su capital, y el de Olinda, una ciudad fácilmente comparable con el centro histórico de Cartagena o la Candelaria bogotana, y que se considera la cuna original de los cuatro días de fiesta que paralizan el país, aunque no haya garabatos, monocucos ni otras máscaras ni maizena a la vista.

Lo que sí hay es una constelación de ritmos propios de cada población, que haría avergonzar a los que asocian la música brasileña solo con samba y bossa nova; y una serie de circuitos para disfrutar el Carnaval a distintos niveles: en la calle, junto con sus protagonistas, o desde los camarotes, como se les conoce a las áreas VIP que programan conciertos y prestan servicio de discoteca-tribuna alrededor de los desfiles principales. La música nunca se deja de oir desde que se pisa Brasil, y no se debe olvidar nunca que las playas de azul cristalino están a un par de pasos de distancia.

“El año pasado, más de 1,2 millones de turistas participaron en los carnavales de Pernambuco”, dice Sabrina Albuquerque, de la Secretaría de Turismo del estado. Solo 10% fueron extranjeros, y se calcula que cada turista gastó en promedio 230 reales, lo que equivale a unos US$115. El estado recibió cerca de un billón de reales en 2013, por ingresos turísticos en gastos de hospedaje, alimentación, transporte y compras. “La mayoría de los camarotes son comprados por empresas que quieren hacer relacionamiento con sus clientes”.

Un gallo que madruga a las 11
El Carnaval de Recife comienza oficialmente en la noche del viernes, con el concierto del Marco Zero. Se trata de una gran tarima ubicada en el punto cero de la ciudad, desde donde parten todas las direcciones, y en el cual confluyen las principales calles del centro. Está a espaldas del río Capibaribe, que atraviesa la ciudad, y a unas pocas cuadras de la fábrica de muñecos gigantes, entre los que se podrá ver desfilar al papa Francisco al lado de Dilma Rousseff, Pelé y leyendas de la música local como Chico Science. Entre las figuras que se presentaron en el concierto en 2014, estuvieron Gilberto Gil y Antonio Carlos Nóbrega, una de las máximas figuras del frevo, la danza local. Por su instrumentación, podría compararse con un porro o un fandango sabanero colombiano. Pero la gama de ‘pases’ que contempla va desde una amable movida de tobillo con un pequeño paraguas en la mano, recomendada para los turistas, hasta brincos acrobáticos y contorsiones eufóricas que bien podrían considerarse para una disciplina olímpica.

El concierto suele ir hasta las 3, 4 de la mañana. Aunque muchos amanecen y esperan la salida del sol, puesto que el máximo evento en esta capital se celebra el sábado. Es el Galo da Madrugada, que para fortuna de los que hayan parrandeado con compromiso el día anterior, en realidad empieza a celebrarse alrededor de las 11 de la mañana. La multiculturalidad de la ciudad, el producto de la mezcla entre esclavos, indios y portugueses, se vuelca entre calles que lucen una arquitectura de amplios barandales, ventanales y gárgolas con rastros holandeses.

Todo comenzó porque un grupo de amigos les decía a sus madres que volverían del concierto cuando cantara el gallo. Hoy, ostenta el Guiness Récord de ser el desfile de calle más grande del mundo. La figura central es un gallo con plumas de arcoiris, de más de 27 metros de alto, que se erige en un puente sobre el río, al cual se ven llegar yates con garotas bailando en sus cubiertas. Ellas, claro, no podían faltar.

Es un desfile de calle porque no hay barreras entre los grupos culturales que pasan, y el público a su alrededor. Tampoco hay fronteras que separen a los asistentes de los carros que llevan en lo alto artistas, que lideran la procesión de caderas meneándose, que ha alcanzado a sumar hasta 2 millones de acólitos del sabor. En total, a lo largo de Pernambuco se pueden encontrar 55 puntos de carnaval; es decir, tarimas, en las que desembocan los participantes del desfile del gallo.

Otra opción para vivir la fiesta es hacerlo desde camarotes en puntos estratégicos, esquinas desde las cuales se puede apreciar todo el despliegue cultural. Por cerca de US$80 por persona, podría ingresar a alguno como el Expresso 2222. Allí se realizan shows folclóricos y conciertos con artistas como Gabriel el Pensador, mientras las olas de bailarines ondean en las calles, con una banda sonora que pronto estará coreando, "Gallo, yo te amo". La fiesta en los camarotes es condimentada por el acceso ilimitado a bebidas y comida típica brasileña, incluso helados; también hay sala de masajes y un par de caricaturistas. Sin embargo, no ofrecen garantía alguna de que le vaya a gustar el dibujo que hagan de usted.

O, qué linda ciudad
Se dice que cuando el militar portugués Duarte Coelho Pereira llegó a las tierras que hoy se conocen como Olinda, encontró a las garotas primigenias, a las aborígenes desnudas en el río, y exclamó: “Oh, linda”. También se dice que su esposa estaba a un lado, le dio un pellizco y el aclaró, “Oh, linda situación para construir una villa”. No hay manera de determinar la certeza histórica de lo que parece una muestra del ingenio local, que data desde 1535. Lo cierto es que Olinda tiene bien puesto su nombre.

Lo justifican sus calles, pendientes inclinadas conformadas por miles de pequeñas rocas, que suben en dirección al sol entre palmeras que se mecen con la brisa, y abriéndose paso entre las tejas rojas de las casonas coloniales. Ponques de fucsia, amarillo, azul cielo, anaranjado, coronados por cientos de turistas que se asoman y lanzan cintas de una casa a otra desde los balcones y ventanales de marcos de tono crema. Al fondo, el mar cristalino abraza la fiesta.

Una de esas casonas es hoy un hotel, la Posada Cuatro Vientos. Marcos Aurelio Graça la compró hace 34 años, llenó el comedor con pinturas de su hija, y la acondicionó para recibir turistas extranjeros. Durante los días de Carnaval, funciona como una especie de camarote. El ‘Day Use’ cuesta US$110 para hombres, y US$85 para mujeres. Hasta allí, a lo alto de las calles estrechas, se alza el retumbar de los grupos de maracatú. Melodías compuestas exclusivamente por ráfagas de percusión, lanzadas por jóvenes de pechos destapados, teñidos de barro.

Olinda fue la primera capital de Pernambuco. Está a 15 minutos en carro de Recife. Fue nombrada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco en 1982. El Carnaval es caos, es desorden, por lo cual tampoco hay registros históricos que confirmen que el de Olinda sea el primero de todos los que se festejan en Brasil. Pero los que insisten en ello, con orgullo, son los locales. Su caracter democrático y espontáneo, en el que cualquiera puede participar mientras tenga ganas y esté dispuesto a lucir algo de color en la piel, encarna el sentido original de fiesta popular, donde la irreverencia y la creatividad es la protagonista.

Blocos de distintas naturalezas y tradiciones, como se denominan a los grupos folclóricos, se riegan a través de la red de callecitas de Olinda arrastrando tras de sí a los turistas y espectadores que los esperaban alrededor. En realidad, todo el que vaya es un carnavalero más. Así, además de cientos de jóvenes atacando tambores al mejor estilo de la banda que acompaña a Michael Jackson en el video ‘They don’t care about us’, puede sorprenderse bailando entre payasos revestidos de lentejuelas, periodistas de cartón de más de tres metros de alto o un expresidente Lula de plástico, danzando entre iglesias, conventos, seminarios y más de 20 edificaciones con siglos de historia en sus muros. Una historia que se sigue escribiendo y que recibe a todo el que quiera carnavalear. Incluso, marimondas barranquilleras.

La gastronomía también es un plato fuerte
Si le queda tiempo entre las 55 “murgas carnavalescas” que se extienden por Recife, la mejor alternativa es visitar Leite, inaugurado en 1882 y uno de los restaurantes más antiguos del país. Más allá de un tradicional filet mignon, lo imprescindible es el postre Cartola, que reúne las tradiciones culinarias que confluyen en Brasil. Una cama de banana y queso aderezada con canela. También están Weila Bistró y Ponte Nova, cuya especialidad son los frutos del mar. En la Casa de la Cultura, encontrará artesanías que encarnan la historia de la ciudad.

Planes que no se puede perder en una visita fugaz
En un servicio denominado Catamarán, por US$20, se puede recorrer Recife a través de los ríos que la bañan. Además de pasar debajo de las piernas del gallo más grande del mundo, los navegantes lo llevarán debajo de cinco puentes. La idea es que pida un deseo debajo de cada uno, si la adrenalina del momento y las ganas de hacerse un selfie lo dejan concentrarse. En Olinda, lo clave es visitar la iglesia de la Virgen de los Placeres, construida en el siglo XVII por el general Francisco Barreto de Menezes.

Las opiniones

Cibele Hoisele
Gerente de ventas de Embratur

“Lo que buscamos es promover la cultura de Brasil, sus carnavales reciben todos los años millones de personas”.

Luciano Costa
Guía de Advel Turismo

“En los camarotes se puede ver un show diferente cada 15 o 20 minutos, con distintos ritmos dependiendo de la ciudad en la que viva el Carnaval”.

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